El Muro. Opinión de un funcionario de prisiones de Tu Abandono Me Puede Matar

El Muro. Opinión de un funcionario de prisiones de Tu Abandono Me Puede Matar

Yo soy un hombre maldito porque soy invisible. Yo cuido el muro que protege la conciencia de la sociedad que no quiere saber lo que pasa al otro lado de él. Porque yo, lector, soy funcionario de prisiones y quiero que conozcas mi trabajo y sentimientos al fin. Porque ya es hora que pierda mi invisibilidad.

Siento decepcionarte si esperas una historia morbosa de abusos, corrupción, violaciones y marginalidad, las típicas que cuentan las películas americanas. Afortunadamente nuestro sistema penitenciario no se basa en la humillación y el castigo, sino en la reinserción y la resocialización. Ojalá tuviéramos los medios para llevarlos a cabo. Mi historia va de la lucha por la dignidad laboral, del respeto que merecemos como servicio público esencial, de gente que entramos en la cárcel a diario para ser libres haciendo un trabajo especial, pero un trabajo tan digno como incomprendido al fin y al cabo.

Mi trabajo consiste en la discreción y el anonimato, en no dar problemas y en que nadie los dé. No soy un carcelero, pues no me recreo en el sufrimiento de los internos ni aprovecho mi uniforme para agravar su pena. Tampoco soy juez, pues no cuestiono los actos de aquellos a los que sirvo y que los trajeron aquí, tan solo trato que el día fluya sin incidencias hasta que otro compañero con el mismo objetivo discreto que yo me releve y haga lo mismo.

También trabajamos en oficinas, llevando los economatos de los talegos, sus cocinas, gestionando su peculio, etc. En definitiva, junto con otros cuerpos penitenciarios hacemos que funcionen a diario, las 24 horas del día, los 365 días del año, casi un centenar de ciudades ocultas, casi proscritas, aquellas que la sociedad quiere inexistentes e invisibles como yo, que son los centros penitenciarios de este país. Y funcionan, y casi nadie lo sabe por eso mismo, porque tu ignorancia sobre mi labor es la prueba evidente de su éxito.

Y comprendo que ya bastantes problemas tienen los ciudadanos para que yo los moleste con mi desamparo, con mi sensación de abandono por parte de mi patrón, el Gobierno, pero no comprendo que éste también me ningunee y nos trate como hijos de un dios menor. Debes saber que la última vez que me subieron el sueldo y lo noté gobernaba Adolfo Suárez. Vemos el reconocimiento económico y social de Policías y Guardias Civiles y nos alegramos porque se lo merecen, pero no comprendemos por qué penalizan nuestra voluntaria discreción y anonimato intrínseca a nuestra profesión, obviándonos como si no existiéramos, como si nuestro rol social no fuera igual de vital que el de ellos para que tú esta noche puedas dormir tranquilo sabiendo que alguien está en el muro protegiendo tu bienestar.

He visto gente morir de sobredosis, he visto a un interno contar sus dientes rotos en la mano tras una agresión, he visto a otro colgado en su celda al recuento y lo he bajado agonizante, he visto a un patio carcelario entero convertirse en un avispero de violencia y agresividad en veinte segundos siendo el único funcionario en él, armado tan solo con un bolígrafo, unos guantes de los “chinos”, un walkie y mis años de experiencia para gestionar la situación. Sinceramente he visto demasiado. Todo esos momentos en los que uno envejece varios años de golpe me los quedo para mí, porque ni siquiera se los puedo contar a mi familia al llegar a casa, no quiero compartir lo más feo de mi trabajo y de la naturaleza humana con ellos, que se den cuenta que corro el riesgo de volver a casa herido, enfermo de VIH o muerto cada vez que voy a trabajar.  También he visto grandes gestos de colaboración entre internos y funcionarios, conscientes que con los pocos medios que nos da el Ministerio del interior o  llegamos a un acuerdo lógico o esto es la selva. Por eso a veces estoy solo en un módulo o con otro compañero para cuidar y atender a 200 almas y el día sale adelante. Otros internos en cambio nos ven como culpables de su situación y sus errores, la cara del sistema que entienden que los castiga cuando fueron sus actos los que los trajeron hasta aquí, pagando su frustración con nosotros; nos agreden, nos escupen, nos insultan incluso en la calle, delante de nuestros hijos mientras los llevamos al cine, hacemos la compra o estamos tranquilamente sentados en una cafetería. Y es por eso por lo que pedimos que se nos considere Agentes de Autoridad, porque no va en el sueldo tolerar tanta vejación.  He sido testigo y parte de actos de heroísmo que se perderán en el olvido por cotidianos: entrar en una galería en llamas a la que algún preso descerebrado había pegado fuego para protestar, abriendo las celdas a tientas porque el humo no te deja ver ni tus manos, he visto a compañeros desarmar a internos con pinchos carcelarios con el único arma de su palabra. Como diría Reverte de su Alatriste, no somos los hombres y mujeres más piadosos, pero sí somos gente  valiente. Porque la dignidad, querido lector, no está en los puestos, sino en las personas que los desempeñan. En definitiva,  he visto lo peor y lo mejor del ser humano dentro de estos muros.

Tienes que saber que si yo no estoy a este lado del muro, toda la toxicidad que contiene y que el sistema te trata de ocultar caerá sobre ti. Me muestro ante ti tal como soy, tal como siento, para buscar tu comprensión y apoyo como servidor público con las mismas y únicas armas con las que también entro a trabajar: la verdad y la conciencia tranquila por hacer un trabajo digno, profesional y honesto.

Y también tienes que saber, y sobre todo lo tiene que saber mi patrón, El Ministro Grande-Marlaska (Gran-Decepción),  que somos gente determinada y que, cuando el problema se ha generado no paramos hasta darle una solución. Y este problema de abandono y desprecio intencionado a nuestra labor no lo hemos provocado nosotros. Ese sí que es muro que cuesta franquear, pero lo haremos con tu ayuda. Hemos iniciado una campaña de protestas y huelgas por estas razones que describo, muy a nuestro pesar, perdiendo dinero y salud en ellas, y nos duele que el servicio público que prestamos se repercuta, pero sinceramente es la única salida que nos han dejado, gritar al muro para que nos oiga, que nuestro eco llegue hasta ti y hasta aquel que nos da la espalda.

Gracias por tu tiempo, querido lector y, aunque prefieras seguir ignorando lo que pasa a este lado del muro que nos une y nos separa a la misma vez, nosotros seguiremos en este lado, el lado malo, empecinados en que nuestras justas demandas de dignidad laboral, profesional y, en consecuencia, retributivas sean escuchadas. Sobre todo, porque si por desgracia tú o cualquiera de los tuyos tienen que permanecer a este lado del muro a cumplir condena, querrías que gente profesional, motivada y bien pagada estuviera a tu lado velando por tu seguridad y tus derechos fundamentales de una manera justa y objetiva.

Ahora ya no soy invisible, al menos para ti. ¿Me querrá ver también el señor Ministro Grande-Marlaska?

Un saludo del Funcionario 3???9.

 

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