Un belén hecho con amor, musgo, figuras cojas y luz de bombilla, sustituido por una estructura monumental que ni es belén, ni es falla, ni tiene alma. La Navidad en el Mercat Central, ahora con menos espíritu y más poliestireno.
Lo que antes se hacía con cariño, ahora se planta en 10 minutos con grúa
Hubo un tiempo —lejanísimo, el año pasado, por ejemplo— en el que el belén del Mercat Central era algo más que una decoración navideña. Era una muestra de vida comunitaria. Lo montaban los propios vendedores, con paciencia, con ilusión, y con ese toque imperfecto que hace que las cosas sean perfectas de verdad.
Ahora, en cambio, tenemos una “fallita navideña” que aparece de un día para otro como si fuera una promoción de supermercado: grande, llamativa, y con más cartón piedra que emoción. Una escenografía espectacular, sí, pero tan vacía de alma como una foto de stock con filtro navideño.
Y no se equivoquen: esto no es un gesto artístico ni una reinvención de la tradición. Es un menosprecio de los gordos. Porque cuando sustituyes una tradición viva por una escultura institucional sin una sola gota de colaboración del mercado, lo que estás diciendo es: “Gracias por nada, ya lo hacemos nosotros con presupuesto y sin preguntaros”.


De patrimonio emocional a decoración de centro comercial
Lo que han montado —porque «crear» sería darle demasiado mérito— es una decoración navideña cutre, de esas que parecen sacadas del catálogo de adornos que sobran de otros sitios más importantes. Una cosa descomunal, de tres metros, con pan de oro y cara de “esto lo han encargado sin bajarse del coche oficial”.
¿Y qué ha pasado con ese belén que antes reunía a miles de valencianos, familias enteras, curiosos que venían a ver lo que se había montado este año? Pues eso, ha pasado. Ha pasado a mejor vida.
Ahora, el mercado tiene una obra de exposición que no emociona, no invita a quedarse, y que encima huele a imposición más que a incienso.
Y lo más divertido —si uno tiene el sentido del humor bien entrenado— es que todo esto se ha hecho con la seriedad institucional de quien se cree que está reinventando la Navidad. Desde las alturas del poder local (ya sabes, donde las decisiones se toman sin ensuciarse los zapatos) alguien decidió que lo del belén vecinal era muy del pasado.
“¿Un belén hecho por tenderos? ¡Qué ordinario! Pongamos una cosa con diseño digital, pan de oro y con nombre pegajoso, que eso da más like.”
Mientras tanto, en el mercado, los que ponen el alma siguen currando entre turistas despistados y figurantes de cartón, viendo cómo su tradición se convierte en fondo de pantalla para móviles ajenos. Eso sí, desde fuera todo parece muy bien montado. Como esos platos de chef con espuma de algo y sabor a absolutamente nada.


¿Es esta la Navidad que queremos?
La pregunta no es si la nueva escultura es fea (que no lo es, en términos técnicos), sino si tiene algo que ver con el espíritu del mercado, con su gente, con su historia. Y la respuesta es tan sencilla como dolorosa: no.
Se han reído de la tradición, la han reemplazado por una postal prefabricada y encima lo venden como una mejora. Pero no hay participación, ni agradecimiento, ni una pizca de lo que hacía especial a ese rincón navideño entre puestos de frutas y jamones.
¿De verdad hacía falta tanto pan de oro para cargarse el alma del mercado?
Porque si esta es la modernización que nos espera, mejor nos quedamos con el belén torcido, con el niño Jesús ladeado, el pastor que parecía mirar al jamón y la virgen con una bombilla fundida. Al menos, eso era Navidad de verdad.
¿Y tú qué prefieres? ¿Una foto bonita sin historia o una historia imperfecta que te hacía sentir parte de algo?
¿Pedimos una réplica en tamaño real para ponerla en la rotonda de las afueras? Así, al menos, no molestará tanto a quienes aún recuerdan que el Mercat tenía alma.















