Valencia — Bajo los puentes del antiguo cauce del río Turia, en pleno corazón de Valencia, se despliega una realidad que contrasta con la imagen turística de jardines cuidados y monumentos históricos. Cientos de personas sin hogar sobreviven día a día en condiciones de extrema precariedad, mientras las administraciones locales intentan «gestionar» su presencia mediante la construcción de estanques y el aumento de la vigilancia.














Lejos de ser una solución habitacional, la creación de pequeños estanques bajo los puentes ha sido presentada como una estrategia para evitar la instalación de tiendas de campaña en el Jardín del Turia. Esta medida, criticada por organizaciones como Metges del Món y otros colectivos sociales, ha generado indignación entre quienes consideran que el problema del sinhogarismo no puede abordarse mediante obstáculos físicos, sino con políticas públicas de inclusión, vivienda y asistencia social.
Actualmente, se estima que alrededor de 300 personas —en su mayoría jóvenes migrantes procedentes de Argelia, Marruecos y otros países— residen de forma precaria bajo los puentes y en zonas cercanas del cauce. A las dificultades inherentes a vivir a la intemperie se suman los problemas de insalubridad, el riesgo de infecciones, la exposición constante a las inclemencias meteorológicas y la inseguridad.
Según han denunciado diversas entidades, la proliferación de ratas y mosquitos, agravada por el estancamiento de agua en las nuevas zonas anegadas, representa no solo un problema de salud pública para los propios indigentes, sino también para el conjunto de la ciudad. Las picaduras, infecciones y el deterioro físico se suman a un cuadro de abandono institucional que muchos consideran inaceptable.
Desde el consistorio se defienden las actuaciones señalando que existen recursos asistenciales disponibles, aunque los propios afectados y las ONG denuncian que la oferta de plazas en albergues es insuficiente y, en muchos casos, no se adapta a las necesidades específicas de esta población, que a menudo rechaza acudir a centros donde se les exige abandonar sus escasos enseres personales o someterse a normas restrictivas.


El caso de Valencia refleja una problemática extendida en muchas ciudades europeas, donde el crecimiento del sinhogarismo choca de frente con modelos urbanos pensados para el turismo y la estética, pero no para la protección de los derechos fundamentales de todos los ciudadanos.
Mientras tanto, bajo los puentes del Turia, el día a día sigue transcurriendo entre estanques improvisados, ratas y la resignación de quienes esperan, en vano, ser vistos como algo más que un problema que hay que esconder.