Dos iconos de Valencia compiten en una carrera absurda por ver quién consigue más lipotimias, productos podridos y excusas institucionales
Valencia, año 2025. La ciudad que presume de innovación, sostenibilidad y turismo a 30 °C a medianoche, tiene dos de sus principales mercados con el aire acondicionado muerto, inservible o ignorado, como tú cuando te llaman para renovar el seguro.
Ambos mercados, Ruzafa y Central, parecen haberse puesto de acuerdo en unirse al “Club de Comerciantes Cocidos”, con vendedores desmayados, pescados moribundos, frutas sudorosas y clientes haciendo cola… para salir.
Mercado Central: patrimonio en descomposición lenta
Empecemos con el grande, el famoso, el que sale en todas las postales: el Mercado Central. Aquí, los termómetros marcan hasta 34 grados, pero la sensación térmica, gracias a la humedad y la ausencia de brisa, ronda lo que uno siente dentro de una olla exprés. Eso sí, una olla con vidrieras modernistas. Muy Instagram.
Salud pública al borde del colapso
En las últimas semanas:
- Más de 20 lipotimias entre trabajadores y clientes.
- Motores de cámaras frigoríficas que dicen “hasta aquí hemos llegado”.
- Una trabajadora embarazada tirada en el suelo.
- Un carnicero que se desmaya y reaparece como si fuera parte del espectáculo.
Todo muy glamuroso y muy valenciano.
Gestión privada, problema público
El Mercado Central lo gestiona una asociación con gerenta y presidenta que parecen salidas de una novela de intriga. Prometen ahorro, dicen que el aire no hace falta y que “Patrimonio no nos deja”. Pero resulta que ni han pedido permiso ni han presentado proyecto alguno en años. O sea, que ni frío ni vergüenza.
Mercado de Ruzafa: el hermano pequeño también suda
Mientras tanto, a unas pocas paradas de metro, el Mercado de Ruzafa hace su propio show de supervivencia tropical. Las temperaturas aquí superan los 36 grados, sobre todo en la zona de pescadería. Un lugar donde las clochinas tienen menos esperanza de vida que una cubeta de helado en agosto.
Los comerciantes:
- Compran el doble de hielo.
- Tapan el pescado con plásticos (porque las moscas, al parecer, también disfrutan del calor).
- Se abanican mientras atienden.
- Se preguntan por qué siguen viniendo a trabajar.
Y lo más surrealista: llevan cinco años con problemas en el aire acondicionado. Cinco. En ese tiempo podrías haber hecho dos másters, aprendido japonés y montado una pescadería en Helsinki.
Las excusas institucionales: el greatest hits del calor
Tanto en Ruzafa como en el Central, las excusas del Ayuntamiento y de las gestoras merecen una antología:
- “El mercado es abierto”
Ah, claro. Como si tener ventanas altas equivaliera a un patio andaluz. - “Patrimonio no nos deja tocar nada”
Lo cual es mentira, porque ni lo han intentado. - “Abrimos las puertas por la noche para que se refrigere”
Sí, como si el calor no supiera volver por la mañana. - “Es autogestión”
Claro, claro. Hasta que hay que salir en la foto.
Mientras tanto, Catalá en modo avión
La alcaldesa María José Catalá, esa figura omnipresente en inauguraciones y paellas populares, parece haber activado el modo “esto no va conmigo”.
Las asociaciones de vendedores han empezado a colocar carteles, recoger firmas y amenazar con reclamaciones legales. Porque si el Ayuntamiento no arregla nada, al menos que pague los motores fundidos, el hielo extra y las gambas perdidas.
Y no es que esto sea nuevo. Lo nuevo es que ahora ya ni disimulan. Los ventiladores del techo mueven el aire caliente como quien remueve sopa hirviendo. No sirve. No refresca. Solo indigna.
Conclusión: dos mercados, un mismo sudor
Lo que une al Mercado de Ruzafa y al Mercado Central no es solo la arquitectura ni la historia. Es el abandono sistemático, la falta de previsión y la pasividad de quienes deberían garantizar que, al menos, los productos no se pudran antes de venderse.
Ambos mercados son símbolo de la Valencia real. La que vive del trabajo de miles de personas que, a pesar de todo, siguen abriendo sus puestos cada mañana. Con 36 grados. Con moscas. Y con la esperanza de que alguien, algún día, apriete un maldito botón.