El presidente del Gobierno se pone serio (otra vez) con los corruptos y lanza 15 medidas para demostrar que esta vez sí va en serio. Quiere endurecer las penas, alargar la prescripción, vetar empresas tramposas y crear una agencia anticorrupción independiente. Aplausos, dudas y un poquito de déjà vu en el Congreso.
Pedro Sánchez y la Operación “Ahora sí, que sí, que sí (de verdad esta vez)”
Pedro Sánchez ha decidido plantarse. Y esta vez, dice, viene con escoba nueva. Ante el runrún creciente de los casos Koldo, Cerdán y la sensación general de que en España la corrupción se castiga menos que llegar tarde a una boda, el presidente del Gobierno ha comparecido para anunciar un paquete de medidas que suena a revolución ética… o al menos a intento serio de lavar la imagen institucional con algo más que Fairy.
Quince medidas en total. Un número bonito, redondo, con olor a PowerPoint de madrugada. Pero con ideas que, al menos sobre el papel, tienen potencial para molestar a más de un despacho con moqueta. El mensaje: “Aquí no se viene a robar, y si se roba, te vas a quedar a vivir en la cárcel… o al menos no vuelves a firmar contratos con el Estado”.
Subida de penas: corrupción con castigo XXL
Entre las medidas estrella está el aumento de las condenas para los delitos de corrupción. Sí, esos que hasta ahora muchas veces terminaban en “dos años y un día con suspensión de condena y un máster en arrepentimiento exprés”. Sánchez propone endurecer el Código Penal para que los delitos de cohecho, malversación o tráfico de influencias se paguen con más años de cárcel.
Vamos, que si te pillan metiendo la mano en la caja, ya no te saldrá tan barato como antes. En teoría. Porque luego ya sabemos cómo va eso de los recursos, los indultos parciales y las prisiones VIP con pista de pádel.
Tiempo de prescripción: duplicado, por si acaso el caso tarda
Otra de las propuestas fuertes: duplicar el plazo de prescripción de los delitos de corrupción. ¿Qué significa esto? Que si antes te librabas porque el proceso judicial se dormía más que un gato al sol, ahora tendrás que mirar por el retrovisor durante el doble de tiempo. El objetivo es que nadie pueda respirar tranquilo después de meter la mano en el tarro y esperar a que pasen los años.
Buena idea… salvo que venga acompañada de una justicia saturada, fiscales que no dan abasto y jueces que trabajan con expedientes más viejos que el fax. Pero en principio, la intención es buena: el tiempo ya no será el mejor abogado del corrupto.
Listas negras de empresas tramposas
Una de las ideas más llamativas (y con más potencial para generar ruido empresarial): la creación de listas negras de empresas condenadas por corrupción, que quedarán vetadas para contratar con cualquier administración pública. En cristiano: si te pillan sobornando, no vuelves a oler un contrato público en años.
Esto suena a justicia poética. Pero también plantea preguntas: ¿quién gestiona esa lista? ¿cómo se evita que acabe siendo una lista «gris» con amigos del poder resbalando entre líneas? ¿tendrá botón de “reiniciar reputación” como en los videojuegos?
Si se aplica bien, podría ser uno de los mecanismos más eficaces del plan. Si se aplica mal, será un Excel olvidado en una carpeta de escritorio.
Agencia Anticorrupción independiente: ¿justicia o escaparate?
Quizás el plato fuerte del anuncio: la creación de una agencia anticorrupción independiente. Sánchez quiere un organismo con dientes (esperemos que no de leche), capaz de investigar, fiscalizar y denunciar sin depender del Gobierno ni de los partidos. Una especie de vigilante institucional que no tenga que pedir permiso para levantar la alfombra.
Aquí el problema es el de siempre: todos queremos agencias independientes… hasta que nos investigan. Por eso, habrá que ver cómo se elige su dirección, qué poderes reales tiene y si no acaba siendo como la Comisión de Ética del Congreso: decorativa y con menos uso que el modo avión en el AVE.
Transparencia y control: más promesas para la vitrina
Sánchez también ha prometido medidas complementarias: más transparencia en la contratación pública, control parlamentario a las adjudicaciones directas, auditorías externas periódicas y un plan de formación ética para los cargos públicos. Porque, al parecer, hay que explicarles que no se puede robar. Por si no lo sabían.
También ha planteado un registro de lobbies obligatorio, para que los pasillos del Congreso dejen de ser el parque temático del “a ver qué puedo sacar”. Y ha hablado de proteger a los denunciantes, que ahora mismo suelen acabar más perjudicados que los corruptos.
Aplausos tibios y cuchillos afilados
Como era de esperar, el anuncio ha generado una mezcla de reacciones. Desde su propio partido, los elogios han sido moderados, como quien aplaude sin dejar de mirar el móvil. En Sumar, Yolanda Díaz ya ha salido a decir que todo esto está bien, pero que “las reformas no deben ser cosméticas” (traducción: lo apoyo, pero no te confíes).
Desde la oposición, claro, han gritado lo de siempre: “¡Llegan tarde! ¡Esto es humo! ¡Lo hacen para tapar el caso Cerdán!” Y aunque algo de estrategia hay, también es verdad que endurecer las penas no suele ser un movimiento populista: más bien, es una medida que a muchos les puede acabar explotando en la cara.
¿Y ahora qué? ¿Nos lo creemos?
La pregunta del millón: ¿servirán estas medidas para frenar la corrupción, o serán más papel mojado para decorar titulares? La experiencia nos ha enseñado que en España la corrupción no se combate solo con leyes, sino con voluntad, recursos, independencia judicial… y una ciudadanía que no mire para otro lado cuando su alcalde aparece en Panamá con una sociedad pantalla y un yate.
Si Sánchez quiere que este plan funcione, necesitará más que buenas intenciones. Necesitará músculo institucional, control real, valentía para aplicarlo a los suyos y algo muy difícil: continuidad en el tiempo.
Conclusión: ¿plan anticorrupción… o campaña de limpieza de imagen?
Pedro Sánchez ha puesto sobre la mesa medidas ambiciosas. No cabe duda de que el paquete anticorrupción suena bien. Pero suena. Porque lo importante no es lo que anuncias, sino lo que aplicas. Y en España, aplicar medidas anticorrupción suele ser como empezar la dieta en diciembre: complicado y lleno de excusas.
Veremos si esta vez va en serio. Si los corruptos empiezan a tener miedo, o si siguen firmando contratos públicos con total tranquilidad mientras cantan “Resistiré” a coro.
Y tú, ciudadano hastiado, ¿crees que esta vez los corruptos van a temblar… o seguirán bailando sevillanas en la sala VIP del juzgado?