Hay veces en que el talento necesita un empujón de autoestima, y Los Meconios son un ejemplo perfecto de ello. Este dúo musical, formado en Valencia, es una pequeña joya de creatividad, frescura y compromiso artístico. Tienen buenas ideas, melodías memorables y letras que enganchan —es difícil encontrar hoy en día propuestas tan sinceras y originales.
Los Meconios y sus parodias, el día 25 de julio en los Jardines del Palau
La entrevista reciente que les hizo Vicent Bellvis muestra todo su carácter y su bondad. Todavía no pueden entender que arremetan contra ellos castrando su libertad de expresión. No se dan cuenta que son la nueva canción protesta del siglo XXI, pero como son honestos no se dejan apesebrar por los partidos políticos que acostumbran a ver y a tratar a sus artistas como devotos servidores. Y de otro lado hay una “revolución cultural” de la oposición que no entiende que toda revolución cultural precisa dinero, porque las personas son profesionales y deben trabajar para vivir. Desde un sector utilizan a los artistas para justificar sus desmanes, pero por el otro lado se hace un llamamiento a la libertad y a la creatividad sin dignarse ni a invitar a una cena a quienes están poniendo los argumentos justos sobre los escenarios.
Como rara excepción el ayuntamiento de Valencia se ha atrevido a contratar a estos transgresores. Cabe felicitarse, porque son una esperanza única para la música del Reino de Valencia.
¿Por qué llamarse los Meconios?
Pero, ¿por qué llamarse Los Meconios? ¿Por qué esa manía tan valenciana de no valorarnos y, además, hacernos de menos con humor escatológico? Porque, seamos claros, el meconio es, literalmente, la primera caca de un recién nacido. Así, tal cual. Un excremento. Y aunque tenga su gracia negra, las palabras importan. El nombre con el que uno se presenta al mundo condiciona cómo lo perciben los demás.
Paradójicamente, la música de Los Meconios no tiene nada de mierda. Al contrario: es fresca, bien hecha y, sobre todo, distinta. ¿Por qué no celebrarlo sin disfraces de autodesprecio? A veces parece que en Valencia nos cuesta tomarnos en serio a nosotros mismos: decimos que nuestra música es una porquería, que nuestras bandas no tienen futuro y que aquí no se puede hacer nada grande. Y claro, empezamos creyéndolo.
Quizás ha llegado el momento de que Los Meconios —y todos los demás— se den cuenta de que la ironía tiene un límite. Tal vez sea hora de cambiar de nombre y de mentalidad. Porque lo que hacen no apesta. Al contrario: suena a libertad, a ideas propias y a futuro. Ojalá aprendamos a llamarlo por su nombre.
No soy nadie para decirles cómo deben llamarse, pero permítanme jugar con las palabras, No voy a criticar sin proponer alternativas.
No pretendo dar lecciones a Los Meconios —faltaría más—. No soy nadie para decirles cómo deben bautizar su música ni su proyecto. Pero como escritor —y modesto experto en palabras— no puedo resistirme a sugerirles algunas alternativas que tal vez les inspiren, precisamente porque sus canciones merecen nombres que brillen tanto como ellas.
Pienso, por ejemplo, en Los Melíferos. Es una palabra rara, casi secreta, que significa productores de miel. La imagen es preciosa: igual que las abejas, este dúo destila néctar de su creatividad y lo convierte en algo dulce, nutritivo y lleno de vida. No hay rastro de escatología aquí: sólo la idea de un trabajo paciente y generoso, de un tesoro compartido.
Otra opción podría ser Los Melodios. Más sencilla y directa: la raíz es melodía, la esencia misma de la música. Es un nombre limpio, fácil de recordar y cargado de música en cada letra. Dice exactamente lo que hacen: inventar melodías para que otros las canten, las bailen o simplemente las recuerden.
Y finalmente, sería óptimo Los Melismos. Es un término musical técnico, sí, melisma, pero con un toque elegante y casi mágico. Un melisma es ese adorno vocal que alarga y embellece una sílaba; es el momento en que la voz juega, se arriesga y sorprende. Llamarse así sería una declaración de intenciones: somos detalle, somos matiz, somos un pequeño lujo para el oído.
En fin, insisto: el nombre es suyo. Que se llamen como quieran. Pero ojalá sepan que su música no es ni excremento ni broma: es algo que endulza, que suena bien y que se adorna a sí misma como un canto largo y luminoso. Lo demás, como siempre, está en sus manos —y en nuestros oídos