Valencia, 7 de agosto de 2025
La demolición del antiguo Hospital La Fe de Valencia, un símbolo de la sanidad pública durante décadas, ha desatado una oleada de preocupación entre vecinos, comerciantes y trabajadores de la zona de Campanar. Lo que inicialmente se anunció como una intervención urbanística para revitalizar el barrio, ha derivado en un foco de malestar vecinal por el polvo, el ruido y la posible exposición a materiales tóxicos como el amianto.
Desde hace más de dos semanas, residentes que viven a escasos metros de las obras afirman estar respirando aire contaminado, cubiertos por una constante nube de polvo blanco que entra en casas, comercios y pulmones.
“Nos pican los ojos, estornudamos a todas horas, y el ambiente está irrespirable. ¿Nadie ha pensado que puede haber amianto en lo que están tirando?”, se pregunta una vecina que vive justo enfrente del solar.
El temor al amianto y el silencio institucional
La alarma principal gira en torno al amianto, material cancerígeno que durante décadas fue habitual en la construcción de edificios públicos. El temor de los vecinos no es infundado: aunque desde el Ayuntamiento de Valencia aseguran que la demolición cuenta con todas las garantías legales y protocolos de seguridad, no se ha hecho pública ninguna prueba oficial sobre la ausencia o retirada de este material tóxico.
La vecina afectada afirma haber remitido quejas formales tanto al Ayuntamiento como a la Generalitat Valenciana, sin obtener una respuesta clara ni medidas concretas:
“Solo se pasan la pelota entre administraciones. ¿Qué pasa, que porque tengan licencia ya vale todo? ¿Nuestra salud no cuenta?”, se queja.
Comercios y terrazas, asfixiados por el polvo
El malestar no se limita a los residentes. Comerciantes, hosteleros y trabajadores de la zona también denuncian que el polvo entra sin control en sus locales, afectando a la higiene y ahuyentando a la clientela.
“Llevamos semanas limpiando a todas horas. Se mete por las puertas, por las ventanas, por todos lados. No podemos trabajar en condiciones”, afirma el camarero de un bar cercano.
Uno de los hosteleros señala que incluso los clientes sentados en terraza han comenzado a quejarse por el olor a demolición y la bruma constante en el ambiente, lo que afecta directamente a la facturación.
“Nadie ha venido a preguntarnos cómo estamos. Todo es ruido, polvo y una resignación forzada”, lamenta.
Un derribo controvertido
El antiguo Hospital La Fe, cerrado en 2011 tras el traslado a su nueva sede en Malilla, llevaba más de una década deteriorándose. La actual demolición, autorizada por el Ayuntamiento, tiene como objetivo liberar suelo para nuevos desarrollos urbanísticos, aunque de momento no se ha hecho público ningún proyecto concreto para el solar.
Desde el consistorio aseguran que se están aplicando medidas de control del polvo, como el uso de mangueras de agua pulverizada para minimizar la dispersión de partículas. Sin embargo, los vecinos aseguran que estas medidas no están siendo suficientes.
“Es incómodo vivir así todos los días, pero es lo que implica una demolición”, comenta con resignación un vecino del entorno.
A pesar de ello, muchos advierten que la situación no puede banalizarse. “No estamos hablando solo de polvo, sino de posibles riesgos respiratorios o incluso exposición a materiales peligrosos como el amianto”, insisten.
¿Una oportunidad perdida para el diálogo?
La sensación general es que el proceso de derribo se ha gestionado de espaldas al vecindario, sin información clara ni canales de participación.
“Nos enteramos por la prensa y por el ruido. Nadie nos ha informado de nada. Si hay amianto, deberían decirlo. Y si no lo hay, también”, reclama otra vecina.
La falta de transparencia, sumada a la lentitud de las administraciones en dar respuesta, ha generado una desconfianza creciente. Incluso el cercano Instituto Valenciano de Oncología (IVO), cuya población más vulnerable convive puerta con puerta con las obras, se ha visto salpicado por la inquietud.
Ruido, polvo y una espera incierta
Con la demolición aún en curso y sin plazos públicos concretos, los vecinos de Campanar solo pueden esperar. Mientras tanto, conviven con aceras cubiertas de polvo, ventanas cerradas, ojos irritados y una sensación de abandono institucional.
Muchos se preguntan si esta es la manera adecuada de gestionar un derribo en pleno siglo XXI. Y si no ha llegado ya la hora de escuchar a quienes viven, respiran y sufren a diario las consecuencias de lo que debía ser una obra de transformación urbana.
Vecinos de Campanar denuncian riesgos para la salud por la demolición del antiguo Hospital La Fe: “Estamos respirando amianto y nadie hace nada”
Valencia, 7 de agosto de 2025
La demolición del antiguo Hospital La Fe de Valencia, un símbolo de la sanidad pública durante décadas, ha desatado una oleada de preocupación entre vecinos, comerciantes y trabajadores de la zona de Campanar. Lo que inicialmente se anunció como una intervención urbanística para revitalizar el barrio, ha derivado en un foco de malestar vecinal por el polvo, el ruido y la posible exposición a materiales tóxicos como el amianto.
Desde hace más de dos semanas, residentes que viven a escasos metros de las obras afirman estar respirando aire contaminado, cubiertos por una constante nube de polvo blanco que entra en casas, comercios y pulmones.
“Nos pican los ojos, estornudamos a todas horas, y el ambiente está irrespirable. ¿Nadie ha pensado que puede haber amianto en lo que están tirando?”, se pregunta una vecina que vive justo enfrente del solar.
El temor al amianto y el silencio institucional
La alarma principal gira en torno al amianto, material cancerígeno que durante décadas fue habitual en la construcción de edificios públicos. El temor de los vecinos no es infundado: aunque desde el Ayuntamiento de Valencia aseguran que la demolición cuenta con todas las garantías legales y protocolos de seguridad, no se ha hecho pública ninguna prueba oficial sobre la ausencia o retirada de este material tóxico.
La vecina afectada afirma haber remitido quejas formales tanto al Ayuntamiento como a la Generalitat Valenciana, sin obtener una respuesta clara ni medidas concretas:
“Solo se pasan la pelota entre administraciones. ¿Qué pasa, que porque tengan licencia ya vale todo? ¿Nuestra salud no cuenta?”, se queja.
Comercios y terrazas, asfixiados por el polvo
El malestar no se limita a los residentes. Comerciantes, hosteleros y trabajadores de la zona también denuncian que el polvo entra sin control en sus locales, afectando a la higiene y ahuyentando a la clientela.
“Llevamos semanas limpiando a todas horas. Se mete por las puertas, por las ventanas, por todos lados. No podemos trabajar en condiciones”, afirma el camarero de un bar cercano.
Uno de los hosteleros señala que incluso los clientes sentados en terraza han comenzado a quejarse por el olor a demolición y la bruma constante en el ambiente, lo que afecta directamente a la facturación.
“Nadie ha venido a preguntarnos cómo estamos. Todo es ruido, polvo y una resignación forzada”, lamenta.
Un derribo controvertido
El antiguo Hospital La Fe, cerrado en 2011 tras el traslado a su nueva sede en Malilla, llevaba más de una década deteriorándose. La actual demolición, autorizada por el Ayuntamiento, tiene como objetivo liberar suelo para nuevos desarrollos urbanísticos, aunque de momento no se ha hecho público ningún proyecto concreto para el solar.
Desde el consistorio aseguran que se están aplicando medidas de control del polvo, como el uso de mangueras de agua pulverizada para minimizar la dispersión de partículas. Sin embargo, los vecinos aseguran que estas medidas no están siendo suficientes.
“Es incómodo vivir así todos los días, pero es lo que implica una demolición”, comenta con resignación un vecino del entorno.
A pesar de ello, muchos advierten que la situación no puede banalizarse. “No estamos hablando solo de polvo, sino de posibles riesgos respiratorios o incluso exposición a materiales peligrosos como el amianto”, insisten.
¿Una oportunidad perdida para el diálogo?
La sensación general es que el proceso de derribo se ha gestionado de espaldas al vecindario, sin información clara ni canales de participación.
“Nos enteramos por la prensa y por el ruido. Nadie nos ha informado de nada. Si hay amianto, deberían decirlo. Y si no lo hay, también”, reclama otra vecina.
La falta de transparencia, sumada a la lentitud de las administraciones en dar respuesta, ha generado una desconfianza creciente. Incluso el cercano Instituto Valenciano de Oncología (IVO), cuya población más vulnerable convive puerta con puerta con las obras, se ha visto salpicado por la inquietud.
Ruido, polvo y una espera incierta
Con la demolición aún en curso y sin plazos públicos concretos, los vecinos de Campanar solo pueden esperar. Mientras tanto, conviven con aceras cubiertas de polvo, ventanas cerradas, ojos irritados y una sensación de abandono institucional.
Muchos se preguntan si esta es la manera adecuada de gestionar un derribo en pleno siglo XXI. Y si no ha llegado ya la hora de escuchar a quienes viven, respiran y sufren a diario las consecuencias de lo que debía ser una obra de transformación urbana.