De un año para otro el panorama de los viñedos en algunos términos de la Comunitat Valenciana no puede ser más distinto. Si el verano pasado los viticultores advertían de los estragos de la sequía -en medio de uno de los años hidrológicos más secos de la historia- ahora algunos campos de La Marina Alta presentan graves pérdidas de cosecha pero, en esta ocasión, a causa del mildiu y otras enfermedades espoleadas por el exceso de humedad que provocaron las precipitaciones persistentes durante los meses de abril y mayo.
La Asociación Valenciana de Agricultores (AVA-ASAJA) estima que el mildiu reducirá a la mitad la producción de uvas para la elaboración de vinos blancos, que en los peores casos llegará a superar el 90% de merma, en los términos de Xaló, Llíber, Alcalalí, Parcent y Benidoleig. Otras zonas vitivinícolas de La Marina más próximas al mar, donde no se registraron lluvias primaverales tan abundantes, como Benissa, Teulada, Poble Nou de Benitatxell, Xàbia o Dénia apenas tienen una afección del mildiu mínima e incluso inexistente.
Los viticultores damnificados de Xaló explican que “el mildiu ha afectado directamente a la uva, y no al pámpano o la hoja, tras una desmesurada sucesión de lluvias en un momento del ciclo vegetativo tan sensible como es abril y mayo. También tenemos daños por oídio y mosquito verde, dada la debilidad de las viñas. Los agricultores realizamos en su momento los tratamientos fúngicos autorizados para evitar la aparición de hongos, pero llovió tanto que las aplicaciones resultaron insuficientes. La variedad más castigada es el moscatel, así como todas las uvas blancas, con campos que prácticamente no vendimiarán nada”.
El caso de La Marina no es aislado en la viticultura española. El mildiu también causa estragos en Andalucía (Huelva, Cádiz, Málaga, Córdoba y Sevilla), Castilla y León o La Rioja, entre otras comunidades productoras de uva. Por ello, AVA-ASAJA se suma a otras organizaciones provinciales de ASAJA para pedir el establecimiento de ayudas directas y medidas fiscales dirigidas a aliviar las graves pérdidas de los agricultores perjudicados, además de redoblar los esfuerzos en investigación sobre nuevos tratamientos fitosanitarios o biológicos que sean más eficaces para prevenir y combatir esta enfermedad que, lejos de ser un hongo más, constituye una seria amenaza que puede devastar la economía de zonas rurales donde la viticultura es un motor principal.