El verano de 2025 está siendo uno de los más complicados para las playas de la Comunitat Valenciana. Cierres temporales, carteles de prohibición, confusión entre los bañistas y un sentimiento creciente de frustración entre quienes deberían ser los guardianes del mar: los socorristas. En Alboraya, concretamente en Port Saplaya, la situación ha llegado a un punto de desgaste que ha convertido a los vigilantes de la costa en portavoces improvisados de un problema medioambiental y político.
Playas cerradas en pleno agosto
La imagen resulta extraña: pleno agosto, sol radiante, familias cargadas de sombrillas y neveras… y un cartel que dice “Prohibido el baño”. Desde el pasado 5 de agosto, la playa dels Peixets y la playa canina de Port Saplaya permanecen cerradas al baño debido a la mala calidad del agua. Las analíticas iniciales detectaron niveles preocupantes de contaminación, lo que llevó al Ayuntamiento de Alboraya a decretar el cierre preventivo.
Dos semanas después, el mar parece limpio a simple vista, pero la desconfianza persiste. Las últimas pruebas indican que el agua del mar ya no presenta índices de bacterias peligrosas, como la Escherichia coli. Sin embargo, la acequia que desemboca en la costa sigue mostrando niveles contaminantes elevados. Ante la duda, el consistorio ha optado por mantener las restricciones.
Los socorristas, en medio del fuego cruzado
Y ahí es donde surge el conflicto. Los socorristas de Port Saplaya han pasado de ser profesionales del salvamento a convertirse en “informadores” de los bañistas, una labor que no les corresponde. “Estamos hartos, este no es nuestro trabajo”, protestan.
Cada día, cientos de personas se acercan a preguntarles por qué no pueden bañarse si el agua parece cristalina. La falta de comunicación clara por parte de las instituciones los ha colocado en la incómoda posición de tener que dar explicaciones que no siempre tienen. “Nuestro deber es vigilar el mar y actuar en caso de emergencia, no justificar decisiones políticas o técnicas”, señalan con evidente malestar.
El desgaste de un verano frustrante
El cansancio de los socorristas no es solo físico, sino también emocional. Agosto debería ser el mes de mayor actividad turística, con playas llenas y socorristas atentos a posibles incidentes en el agua. Sin embargo, en Port Saplaya la realidad es otra: largas jornadas de discusiones con bañistas que exigen respuestas y un clima de tensión que crece cada día.
“Cuanto más tiempo dedicamos a explicar lo que ocurre, menos podemos concentrarnos en lo esencial: salvar vidas”, explican. La sensación de abandono por parte de las administraciones se ha convertido en un sentimiento compartido entre todos ellos.
El impacto en vecinos y turistas
Los vecinos de Alboraya también muestran su indignación. Algunos han optado por desplazarse a otras playas cercanas, como la Malvarrosa o la Patacona, mientras que otros expresan su frustración al ver cómo uno de los principales atractivos de su municipio permanece cerrado en plena temporada alta.
El turismo, motor económico de la zona, también se ha resentido. Los negocios de restauración y ocio de Port Saplaya han notado una caída significativa de clientes, mientras que las imágenes de banderas rojas y carteles de prohibición circulan en redes sociales, afectando a la reputación de las playas.
Una llamada de atención
Lo ocurrido en Port Saplaya no es un caso aislado. A lo largo del verano, diversas playas de la Comunitat Valenciana —desde Denia hasta Sagunto— han sufrido cierres temporales por problemas de contaminación. Cada episodio pone de manifiesto la necesidad de mejorar las infraestructuras, controlar los vertidos y garantizar una comunicación transparente con la ciudadanía.
Los socorristas, mientras tanto, siguen al pie del cañón. Reclaman que se les devuelva a su papel esencial: proteger vidas, no justificar cierres. Su protesta es, en el fondo, un recordatorio de que detrás de cada bandera roja hay no solo un problema medioambiental, sino también un impacto social y humano que merece ser atendido con seriedad.