Un bruselócrata, un fondomonetarista y un pescador entran en un bar. El pescador pide ayuda para mantener su negocio a flote. El bruselócrata le ofrece un manual de 300 páginas sobre biodiversidad. El fondomonetarista le compra la licencia por cuatro perras. Y el camarero, que es de Castellón, les echa a los tres a patadas. Esta no es una broma. Es el resumen ejecutivo de la nueva política pesquera europea para 2028-2034.
Que Bruselas declare la guerra al sector primario no es noticia. Que lo haga con la sutileza de un arrastrero en una piscina municipal, tampoco. La genialidad está en los detalles de su último masterpiece regulatorio, una obra de arte del disparate que haría llorar de envidia a un burócrata soviético.
La ecuación brillante: menos pescado + menos dinero = más sostenibilidad
El nuevo plan reduce un 67% las ayudas. Sí, ha leído bien: en la mente privilegiada de un eurofuncionario o eurodiputado vete tú a saber, la fórmula para salvar la pesca es estrangular económicamente. La lógica es impecable: si los pescadores no tienen dinero para salir a faenar, no pescarán. ¡Problema resuelto! Es como combatir el hambre cerrando los supermercados.
Pero la joya de la corona son las condiciones para renovar la flota. Para acceder a ayudas, su barco debe:
1. Medir menos de 24 metros (casi lo mismo que el despacho de un eurodiputado).
2. Ser de segunda mano (porque nada fomenta la innovación como comprar chatarra).
3. Y que el armador sea menor de 40 años (una idea fantástica para solucionar el relevo generacional: prohibiendo a quien tiene experiencia usarla).
Es la versión náutica de ¿Quién quiere ser millonario?, pero donde todas las respuestas incorrectas te llevan a la quiebra.
¿Salvar el mar o hundir al pescador?
La excusa, como siempre, es la «sostenibilidad». Una palabra mágica que en Bruselas significa: «prohibir aquí lo que luego importamos de países con normativas laborales y medioambientales inexistentes». Es una ecología de salón, limpia, aséptica y que huele a hipocresía.
Mientras, el 40% del presupuesto comunitario, ese pastel conocido como PAC, sigue ahí, tentador. Resulta mucho más sostenible… para los bolsillos de fondos de inversión y amiguetes varios. Es más fácil repartir subvenciones entre grandes conglomerados que entender la realidad de una caldera en Castellón. La verdadera «sobrepesca» ocurre en las cuentas corrientes de Bruselas.
Al final, el mensaje es claro: el futuro es un océano sin pescadores, gestionado por algoritmos y fondos buitre, donde el producto llegará en contenedores desde el otro confín del mundo con una pegatina «verde«. Y en la lonja de Castellón, solo quedará el eco de las risas de quienes, entre informe e informe, firmaron la sentencia de muerte de una forma de vida con la misma frialdad con la que se ordena otra ronda de cafés en una reunión sin fin.
La única red que deberían reparar en Europa es la del sentido común. Pero esa, parece, hace tiempo que se les escapó por la borda.