El lenguaje nos asombra
En nuestra cultura mediterránea y occidental el lenguaje articulado siempre ha sido objeto de especial atención y asombro, no así en la misma medida el lenguaje inarticulado. Dicho asombro es permanente desde que afrontamos el hecho del “logos” tan consustancial, propio y exclusivo de nuestra naturaleza, como también lo es el “mito”. Esa capacidad del lenguaje para asombrarnos y sorprendernos es el mejor ingrediente para provocar en nosotros un interés constante por el mismo, incitándonos a su estudio y aprendizaje.
Desde el punto de vista filosófico, psicológico y neurológico el hombre, no ha dejado de asombrarse de sí mismo y consigo mismo, más aún si cabe al descubrir sus sofisticadas capacidades lingüísticas para comunicarse. En nuestro mundo occidental ya Platón y Aristóteles mostraron su asombro con sus observaciones filosóficas sobre la palabra, el λόγος, su asombro fue tal que la palabra, el verbo, se identificó con Dios; continuó haciéndolo Galeno, demostrando que el cerebro es el órgano encargado de controlar la voz; recaló en los precursores en el S.XIX de las investigaciones neuroanatómicas, tales como Paul Pierre Broca, Carl Werniche, Korbinian Brodmann, y demás; siguió con el conductista Skiner y con Chomsky quien afirmó que la excepcional capacidad de los humanos para adquirir un lenguaje se encuentra en la existencia de una gramática universal común a todas las lenguas; persistió en H. Wedgwood quien pensó que el lenguaje no puede considerarse un instinto implantado naturalmente, sino más bien un “arte” transmitido de generación en generación; lo abordó Darwin en su obra “El Origen del Hombre y la selección en relación al sexo” estimando que el lenguaje debe su origen a la imitación y modificación de los sonidos naturales, a las voces de otros animales, y a los propios gritos instintivos del hombre, ayudados por signos y gestos, afirmando que las lenguas, como los seres orgánicos, sufrieron trasformaciones en sus estructuras y que “las lenguas y dialectos dominantes se difundieron (cabría añadir y fundieron) ampliamente provocando la extinción (cabría añadir y nacimiento) gradual de otros idiomas”.
Efectivamente, el lenguaje no puede dejar de asombrarnos al descubrir que es la capacidad con cualidades propias y exclusivas de nuestro cerebro para transmitir y comunicar los datos que ha almacenado, aislados o combinados entre sí, lo que genera a su vez nuevos almacenamientos creados por sí mismo, aumentando de manera exponencial nuestra memoria y capacidades intelectuales. Lo que sintamos, hagamos y digamos “le obliga” a crear nuevos pensamientos, nuevas palabras, nuevos λόγος, nuevos mythos, y a renovar el lenguaje aprendido y utilizado. Nuestra propia concepción del hombre condiciona el logos y el mito, es decir condiciona nuestro propio lenguaje. De igual modo podemos afirmar que la relación del individuo, del yo (utilizando el término clásico) con la propia realidad también condiciona nuestro logos y mito y por ende nuestro lenguaje. Así podemos observar cómo nacen, se desarrollan y se consolidan o no, nuevas formas de utilización del léxico y de la semántica de una lengua, por ejemplo, respecto al español, su digamos “versión” en “andaluz” o en “canario” en España; y en América su “forma” caribeña, el mexicano-centroamericano, el andino, el chileno o el rioplatense, el espanglish o los modos particulares utilizados entre los distintos grupos urbanitas, adaptando su forma de hablar, el lenguaje, a su logos y a su mito.
Pero más importante aún es que la consciencia de nosotros mismos se concreta y determina gracias al pensamiento y la palabra. Pensamiento y palabra son cualidades consustanciales a la condición humana que van cogidas de la mano, lo que nos lleva a poder afirmar en primer lugar, que la carencia de datos o la omisión y no consideración de los mismos nos induce consciente o inconscientemente al error del intelecto; en segundo lugar, que nuestras carencias intelectuales nos mantienen en la constante búsqueda de lo cierto, de lo verdadero; y en tercer lugar, que el lenguaje evoluciona y se adapta a las necesidades y avances de cada individuo y de cada sociedad.
En definitiva, el lenguaje, hoy por hoy, es la única, específica y exclusiva cualidad propia de la especie humana que le faculta para exteriorizar y comunicar sus propios pensamientos, sentimientos, conocimientos, para interactuar y enriquecerse.
El lenguaje es la facultad que, mediante el “uso infinito de medios finitos”, como afirmó Wilhelm von Humboldt, otorga al hombre la cualidad superior, la facultad, de mostrar y transmitir su individual y compleja existencia, su realidad, conformándolo, creándolo, sin cortapisas, de manera individual, autónoma y libre.
¿Cómo no asombrarse?
Por Joaquín Mompó Buchón
(Vocal de la Junta Directiva del patronato de la RACV)