La tranquilidad de A Bola, una pequeña aldea de la provincia de Ourense, se ha visto alterada en las últimas semanas por la presencia de un vecino inesperado. Se llama Antonio Gali Balaguer, tiene 74 años y un pasado que hiela la sangre: pasó cuatro décadas en prisión por el asesinato de tres personas, entre ellas una niña de once años.
Gali, natural de Valencia, cumplió condena en la cárcel de A Lama y salió en libertad el pasado año. Desde entonces vive solo en una vivienda modesta del núcleo rural de San Pedro de A Bola, donde intenta pasar inadvertido apoyado en unas muletas. «No soy peligroso, mire mis muletas, ahora sólo quiero morir tranquilo», aseguró en declaraciones recogidas por La Voz de Galicia.
Una vida marcada por el crimen
El nombre de Antonio Gali se hizo tristemente célebre en los años ochenta. En 1982 fue detenido por el asesinato de una joven en Zaragoza. Dos años después, su violencia se cebó con una niña de apenas once años, a la que secuestró y mató. Su historial criminal incluye también el asesinato de un hombre en Maside (Ourense) en 2005, además de delitos de agresión sexual, robos y tráfico de drogas.
Cumplió una larga condena —la máxima posible en el sistema penitenciario español— y, tras obtener la libertad, decidió trasladarse a Galicia, una tierra donde había trabajado esporádicamente antes de sus delitos.
El miedo llega a A Bola
Al principio, su presencia pasó desapercibida. Los vecinos lo veían como un anciano más, limitado físicamente y de carácter reservado. Pero la calma se rompió cuando trascendió su identidad.
Según relata El País, muchos habitantes de la zona se sienten ahora intranquilos. “Aquí vivimos pocos, y que nos digan que tenemos un asesino viviendo al lado asusta, aunque esté mayor”, confiesa una vecina en declaraciones al diario.
En los bares del pueblo y en las conversaciones cotidianas, el nombre de Antonio Gali se ha convertido en sinónimo de miedo y desconcierto. Algunos defienden su derecho a rehacer su vida tras cumplir su condena; otros piden su traslado a otro lugar.
Entre el pasado y la redención
Gali afirma que su tiempo de violencia terminó hace mucho. Vive de una pensión mínima y apenas sale de casa. “He pagado por lo que hice. Ahora sólo quiero estar en paz”, repite. Sin embargo, el recuerdo de sus crímenes y la desconfianza vecinal pesan como una sombra imposible de disipar.
Expertos en criminología consultados por medios gallegos coinciden en que su avanzada edad y sus limitaciones físicas reducen drásticamente el riesgo de reincidencia, aunque admiten que su presencia genera un impacto psicológico inevitable en una comunidad tan pequeña.
Una convivencia tensa
La Guardia Civil mantiene un seguimiento discreto de la situación y asegura que no hay motivos de alarma. No obstante, el debate sobre la reinserción social de criminales violentos vuelve a estar sobre la mesa.
En A Bola, el caso ha dividido al vecindario entre quienes apelan a la empatía y quienes temen por su seguridad. Mientras tanto, Antonio Gali Balaguer sigue caminando con dificultad por las calles del pueblo, bajo la mirada atenta —y temerosa— de quienes lo rodean.