«El corazón del mundo late en Castellón: el estandarte de la paz ilumina el Bioespacio Tasta»
Castellón, 28 de septiembre de 2025 – En las montañas de Castellón, donde el aire huele a romero y las piedras guardan secretos antiguos, ocurrió algo que no suele suceder ni una vez en un siglo.
El Bioespacio Tasta, un rincón hasta hace poco destinado al silencio y a los rumores del bosque, se transformó, por unas horas, en el centro simbólico del planeta.
Allí, bajo una luz de septiembre que parecía hecha para la eternidad, se entregó el Estandarte de la Paz y de la Amistad de Nicolás Roerich, un acto que no se mide por la tela del estandarte ni por el oro de las medallas, sino por la idea que representa: la convicción de que el arte, la ciencia y la espiritualidad no son caminos aislados, sino los tres pilares sobre los que se sostiene cualquier civilización que aspire a llamarse humana.
Al frente de todo, la Raquel Entero, condesa de Pineda, no era una organizadora más: era la arquitecta de un sueño colectivo.
Su figura —elegante, firme, serena— parecía sacada de otro tiempo. Ella no solo dirige el Bioespacio, lo creó, lo levantó como se levanta una catedral: piedra a piedra, idea a idea, contra las dudas y el escepticismo de quienes no creen en las utopías.
“La paz no es un ideal lejano —dijo—. La paz es una tarea diaria. Aquí, hoy, sembramos una semilla que debe crecer en cada uno de nosotros”.
A su lado, Leonardo Olazabal, presidente de la Asociación ADA Roerich, y Petri, su inseparable vicepresidenta.
Leonardo tiene la mirada de los hombres que han viajado más por dentro que por fuera: un sabio y un peregrino.
“La verdadera batalla del siglo XXI no se libra con armas —sentenció—, sino con libros, pinceles y canciones”.
Petri, discreta y eficiente, fue el engranaje que hizo posible aquel milagro, tejiendo vínculos entre instituciones, embajadas y personas de todo el mundo.
El momento culminante llegó con la entrega del Estandarte de la Paz y de la Amistad de Nicolás Roerich.
El estandarte fue alzado, y su símbolo —tres círculos entrelazados que representan arte, ciencia y espiritualidad— brilló como una promesa.
Era el recordatorio de que la barbarie siempre acecha, pero también de que la cultura puede erigir murallas invisibles contra la violencia y la intolerancia.
Los galardonados fueron dos hombres cuya labor trasciende fronteras:








- Antonio Camaró, pintor académico reconocido por la UNESCO, cuyas obras son himnos visuales a la concordia.
- Pedro Adalid, doctor en Educación y comisario artístico, convencido de que el arte y la pedagogía no solo forman ciudadanos, sino también soñadores capaces de transformar el mundo.
En este acto también se vivió un momento especialmente simbólico con la entrega del emblema Chintamani a Antonio Camaró, un gesto que representa la aspiración universal hacia la armonía y la paz.
El encargado de esta entrega fue Íñigo Sarriugarte, Profesor de Historia del Arte en la Universidad del País Vasco, cuya presencia reforzó el vínculo entre la investigación académica, la historia del arte y el papel transformador de la cultura.
Visiblemente emocionado, Antonio Camaró pronunció unas palabras en las que destacó el papel del arte como herramienta de unión y resistencia:
“Hoy no se premia solo mi trayectoria, sino la fuerza de un mensaje universal: el arte como puente y como escudo.
En tiempos convulsos, donde la violencia y la intolerancia amenazan con oscurecerlo todo, el arte se convierte en el bastión de la belleza, la verdad y la esperanza.
Mis pinceles no son únicamente instrumentos estéticos; son armas pacíficas que luchan contra la oscuridad y el miedo.
Cada cuadro es un himno silencioso que clama por un mundo más justo y fraterno.
Este Estandarte de la Paz es, para mí, un recordatorio y una promesa: recordatorio de que nunca debemos ceder al cinismo y promesa de que seguiré trabajando para que cada trazo sea un acto de resistencia cultural y un puente entre civilizaciones.”
El artista finalizó con un mensaje dirigido a las nuevas generaciones:
“Si algún día mi obra inspira a una sola persona a creer que el arte puede salvarnos, entonces todo habrá valido la pena.”
Por su parte, Pedro Adalid, doctor en Educación, ofreció una reflexión sobre la relación entre pedagogía y arte como motores de paz:
“Este galardón no me pertenece solo a mí, sino a todas las personas que creen en la educación como motor de cambio.
La paz no se construye únicamente en tratados diplomáticos, sino en las aulas, en los talleres, en cada espacio donde se siembran ideas y se cultivan sueños.
El arte y la educación son dos caras de la misma moneda.
El arte despierta emociones y nos recuerda quiénes somos; la educación nos da las herramientas para transformar esa emoción en acción.
Vivimos en una época donde el ruido y la prisa nos roban la capacidad de escuchar. Este Estandarte es una invitación a detenernos, a escuchar el pulso de la humanidad y a actuar con compasión y visión.
Mi compromiso, a partir de hoy, es seguir promoviendo proyectos que unan arte, ciencia y pedagogía, porque solo así podremos formar ciudadanos críticos, empáticos y valientes.”
Adalid concluyó con un mensaje cargado de esperanza:
“Hoy Castellón se convierte en una luz guía.
Pero esta luz no pertenece a un lugar ni a una persona: pertenece a la humanidad.
Que su resplandor nos guíe en los tiempos oscuros que aún están por venir.”
El evento reunió a asistentes de distintas culturas y disciplinas, formando un mosaico humano único.
Entre ellos destacó la presencia de: - Javier Martínez, empresario que cree en negocios con ética y en las empresas como motores de cambio social.
- Sabina Calatayud, alma de Síntesis Salud, recordando que sanar no es solo curar cuerpos, sino también espíritus.
- Raúl Polo Escribano, visionario y creador incansable, cuyo trabajo ha tendido puentes entre comunidades y generaciones, aportando frescura e innovación a proyectos culturales y educativos.
- Raúl Escribano, puente entre tradición y futuro, hombre de verbo encendido y energía desbordante.
- Vicente Montañana, osteópata de manos sabias, y Jesús Barrachina, fisioterapeuta con una profunda vocación de servicio, que entienden que la paz también pasa por la salud de los pueblos.
- Loreto, profesora de Bellas Artes, contemplando todo con la mirada de quien sabe que lo que estaba ocurriendo era una obra de arte viva.
- Vicente Monferrer y su esposa Polina, que convirtieron el catering en una sinfonía gastronómica: cada plato era un poema, cada servicio, un acto de hospitalidad.
- Lali Cardona, referente en psicología, aportando la certeza de que la mente humana es, a veces, el campo de batalla más complejo.
- Angelines, memoria viva de Montanejos, como emblema de la tradición hospitalaria del lugar.
- Desde Caudiel, Ino, osteópata de vocación profunda, y su esposa Amparo, diseñadora gráfica, encarnando la unión de ciencia y arte.
- En la trastienda, las tres guardianas silenciosas: Beatriz, Yolanda y Natalia, pilares de la asociación anfitriona, que hicieron posible que todo funcionara con una precisión casi perfecta.
No faltaron presencias internacionales: príncipes de Nigeria, portadores de una África llena de esperanza, y el doctor Rafael Torres, autoridad mundial en medicina integrativa, que une saberes de Oriente y Occidente.
Académicos, líderes culturales y espirituales llegaron desde los cinco continentes.
Castellón se convirtió, por unas horas, en una Babel armónica, donde todas las lenguas parecían cantar una sola melodía.
Uno de los momentos más emocionantes llegó con la actuación de la soprano Ilona Mataradze, cuya voz cristalina y poderosa se alzó sobre el silencio.
Durante unos minutos, la realidad se detuvo: no era música, era plegaria, una herida abierta que, al mismo tiempo, curaba.
La jornada culminó con una Meditación por la Paz, guiada por Leonardo Olazabal.
Bajo el cielo estrellado, los asistentes cerraron los ojos.
Durante unos minutos, el mundo exterior desapareció, y solo quedó el latido sincronizado de cientos de corazones.
Muchos comprendieron que la paz global empieza en el lugar más íntimo y difícil: la paz interior.
Cuando todo terminó, nadie sintió que aquello hubiera acabado.
El estandarte no era un trofeo, sino una antorcha que debe viajar.
Desde este rincón de Castellón, un grupo de soñadores —artistas, médicos, empresarios, líderes espirituales— había encendido una luz destinada a desafiar la sombra.
Porque la paz, como el arte, no se impone: se vive, se inspira y se contagia.
Mientras haya quienes crean en esa chispa, la humanidad seguirá teniendo una oportunidad.
Porque, incluso en la noche más cerrada, una sola llama basta para iluminar el mundo.