Subtítulo: El Gobierno de Pedro Sánchez abre un diálogo bilateral con Alemania para desbloquear la oficialidad del catalán, euskera y gallego en la Unión Europea, entre tensiones con Junts y dudas sobre el coste político y económico del reconocimiento lingüístico.
Hablar catalán en Bruselas… ¿alguna vez?
Que si sí, que si no, que si hay que esperar a que lo traduzca ChatGPT.
La oficialidad del catalán, el euskera y el gallego en la Unión Europea se ha convertido, oficialmente, en una de las telenovelas políticas más largas (y menos subtituladas) del continente.
Y este viernes se ha abierto otro capítulo: España y Alemania han pactado iniciar un “diálogo bilateral” para ver si, esta vez, la propuesta española consigue abrirse paso entre las muchas reticencias que el resto de socios europeos mantienen desde hace ya más de dos años.
Spoiler: aún no hay acuerdo. Pero sí hay más presión que nunca, más amenazas desde Junts y, cómo no, otro comunicado conjunto para la colección.
El contexto: una condición con acento catalán
La oficialidad de las lenguas cooficiales del Estado español (catalán, gallego y euskera) en la Unión Europea no es nueva. Pero resucitó con fuerza en 2023, cuando el PSOE pactó con Junts, entre otras cosas, esta medida como parte del acuerdo para asegurar la investidura de Pedro Sánchez.
Desde entonces, España ha llevado el asunto al Consejo de Asuntos Generales de la UE siete veces. Y las siete veces ha salido con un sonoro “meh” por parte de varios países, entre ellos, y muy destacadamente, Alemania.
Las razones para tanta frialdad son más prácticas que ideológicas:
- Coste económico: Traducir todos los documentos oficiales de la UE a tres lenguas más (catalán, euskera y gallego) no es precisamente barato.
- Problemas jurídicos: Algunos países, como Alemania, sostienen que se necesitaría una reforma de los Tratados europeos. Y eso es como decir “mejor no”.
- Efecto contagio: Si aceptamos el catalán, ¿qué impide a otros países pedir la oficialidad de idiomas regionales como el corso, el bretón, el frisón, el sardo o el romaní?
¿Qué dice el nuevo acuerdo con Alemania?
En el comunicado conjunto, España y Alemania se comprometen a:
“abrir un diálogo con el objetivo de encontrar una respuesta a la solicitud española de que sus lenguas cooficiales […] sean reconocidas como oficiales en la UE de forma que sea aceptable para todos los Estados miembros”.
Traducción diplomática: no hay nada cerrado, pero al menos Alemania ha aceptado hablar del tema en serio. Y eso, en el lenguaje comunitario, ya es un paso de gigante.
Además, se anuncia que:
- España presentará un texto para su discusión formal en una futura reunión del Consejo.
- Las conversaciones estarán lideradas por los respectivos Ministerios de Asuntos Exteriores.
- Todo empezará “a la mayor brevedad” (léase: lo antes posible… pero sin prisa).
La inteligencia artificial se cuela en el debate
Por si no había suficientes ingredientes en la ensalada lingüística europea, el canciller alemán Friedrich Merz lanzó en septiembre una idea que mezcla tecnología, paciencia y optimismo:
“Gracias a la inteligencia artificial ya no necesitaremos intérpretes. Vamos a poder entender y hablar en todos los idiomas de la UE.”
Una visión que, sinceramente, suena más a ‘Black Mirror’ que a política europea, pero que plantea una pregunta interesante:
¿Tiene sentido gastar millones en traducciones cuando la tecnología ya puede hacerlo en segundos?
Respuesta: todavía no. Y menos para documentos jurídicos, debates parlamentarios o textos legales donde cada matiz importa (y donde un «follar» en vez de «apoyar», como diría Zapatero, puede costarte una crisis diplomática).
Junts al borde del portazo (otra vez)
Mientras el Gobierno pacta con Alemania una conversación, Junts prepara una consulta interna para romper relaciones con el PSOE. Así, como quien decide si pedir sushi o pizza.
“Hay que empezar a hablar de la hora del cambio”, ha dicho Míriam Nogueras, portavoz de Junts en el Congreso.
Por si fuera poco, Carles Puigdemont ha convocado una reunión en Perpiñán (sí, en Francia, no en Girona) con la dirección de su partido, en un claro gesto de presión a Pedro Sánchez: o cumple lo pactado o se acaba el apoyo parlamentario.
Esto deja al Gobierno en una situación digna de trilero político:
- En Europa, necesita convencer a 26 países de aceptar lenguas que no entienden.
- En casa, necesita mantener el equilibrio con un socio clave que hace de la lengua una línea roja constante.
- Y todo esto, con un Congreso más fragmentado que una vajilla de Ikea en una mudanza.
¿Qué implicaría la oficialidad real del catalán?
Si algún día se aprueba, que no cunda el pánico ni el entusiasmo exagerado. La oficialidad significaría que:
- Se podrían usar estas lenguas en el Parlamento Europeo y otras instituciones.
- Todos los documentos oficiales se traducirían también al catalán, euskera y gallego.
- España debería pagar los costes extra derivados de esas traducciones.
Pero no cambiaría el reparto de poder, ni la toma de decisiones, ni la estructura institucional. Es, sobre todo, una medida simbólica y de reconocimiento político.
Eso sí, también marcaría un precedente europeo que otros podrían querer replicar.
Conclusión: un diálogo más, un paso menos
El anuncio del “diálogo con Alemania” es, políticamente, una palmadita en la espalda diplomática. Sirve para decir que el Gobierno “hace cosas”, calma (temporalmente) a Junts, y gana tiempo en Bruselas.
Pero, a la vez, deja claro que no hay unanimidad ni la habrá pronto. Alemania no ha dicho “sí”, solo ha dicho “vale, hablemos”. Y en política comunitaria eso puede tardar años. O siglos.
Y mientras tanto, en Perpiñán, Puigdemont prepara el órdago. Porque, como siempre en política española, la lengua no solo se habla: se negocia.
















