Agricultores de Buñol alertan sobre el riesgo de nuevas riadas debido a obras de Adif en la línea Valencia-Utiel y piden medidas urgentes para acondicionar el barranco del Poyo. La amenaza de una nueva dana revive viejos temores en la comarca.
BUÑOL. Mientras buena parte del país celebra la llegada de la primavera con selfies entre almendros en flor y escapadas rurales, en Buñol la realidad es bastante menos bucólica. Este 7 de abril, más de 150 agricultores —cansados de mirar al cielo con miedo— se congregaron en el Ayuntamiento no para pedir lluvias, sino para exigir soluciones reales ante el riesgo de inundaciones, esas que cada vez son menos “eventos extraordinarios” y más rutina climática.
Con firmas en mano y el respaldo de la Asociación Valenciana de Agricultores (AVA-ASAJA), estos productores quieren algo muy concreto: que se actúe de una vez sobre el barranco del Poyo, también conocido como la rambla del Gallo, antes de que la naturaleza decida pasar otra factura que nadie quiera pagar.
Porque en esta historia, como en tantas otras, no se trata solo de agua: se trata de responsabilidad, prevención y, sobre todo, de no repetir errores cada vez que una gota fría decide visitar la Comunitat Valenciana.
La rambla del Gallo: un cauce taponado y una bomba de relojería
Pocos en Valencia desconocen los efectos de una buena dana mediterránea. Pero en Buñol, el recuerdo está aún fresco. El barranco del Poyo, que debería actuar como desagüe natural del territorio, sigue cargado de grava y sedimentos arrastrados por la última dana, reduciendo su capacidad de evacuación al mínimo.
Y sí, Adif ha instalado seis aliviaderos en la línea ferroviaria Valencia-Utiel como parte de unas obras de emergencia. Pero, como denuncian los agricultores, estas intervenciones han sido puntuales y centradas en proteger la infraestructura ferroviaria, sin abordar el problema estructural de fondo: el colapso del cauce natural. Un escenario que, ante nuevas lluvias intensas, podría significar el desvío masivo de agua hacia los campos agrícolas, con consecuencias devastadoras.
Un problema de tierras… y de tiempos
Joaquín Lambies, delegado de AVA-ASAJA en Buñol, lo resume sin rodeos: “Nos jugamos el futuro de zonas productivas clave como la huerta del Ruedo”. Esta área agrícola, que sostiene buena parte de la economía rural local, alberga cultivos de hortalizas, naranjos, almendros, olivos y viñedos. No hablamos solo de tierra mojada: hablamos de empleos, de tradición, de sostenibilidad alimentaria y de una economía que, aunque invisible para muchos, sostiene a pueblos enteros.
Y el problema, como siempre, es el tiempo. No el meteorológico, sino el institucional. Mientras las peticiones se formalizan, los informes se solicitan y las competencias se reparten entre ministerios, consellerias y confederaciones hidrográficas, la lluvia no espera, ni los agricultores pueden darse el lujo de hacerlo.
AVA-ASAJA sube el tono: cartas, advertencias y un grito desesperado
La situación ha escalado hasta niveles altos de la administración. Cristóbal Aguado, presidente de AVA-ASAJA, ha enviado comunicados a todas las autoridades relevantes: desde el president de la Generalitat, Carlos Mazón, hasta la delegada del Gobierno y el presidente de la Confederación Hidrográfica del Júcar (CHJ). También ha alertado al comisionado para la reconstrucción tras la dana, en un intento de visibilizar una amenaza que, según él, está siendo infravalorada.
Sus palabras son claras: “No podemos permitir que por no limpiar un barranco, se pierdan cosechas, infraestructuras y se ponga en riesgo la seguridad de los vecinos”. Un mensaje que busca calar hondo, no solo en despachos climatizados de Valencia, sino también en Madrid, donde muchas veces estos temas suenan lejanos, aunque afecten a miles de personas.
El eterno problema de la coordinación: ¿quién limpia el barranco?
La historia de la rambla del Gallo no es nueva. Como tantas otras en la geografía valenciana, los cauces naturales se convierten en competencia difusa, donde ninguna administración parece tener la responsabilidad directa… hasta que se inunda. En este caso, el CHJ tiene competencias sobre los cauces, pero las actuaciones sobre infraestructuras ferroviarias son de Adif, entidad dependiente del Ministerio de Transportes y Movilidad Sostenible. El Ayuntamiento, por su parte, carece de recursos y competencias reales para actuar en el barranco.
El resultado es el de siempre: un limbo administrativo perfecto para que el problema se pudra, hasta que una nueva dana convierte los temores en titulares.
La huerta que resiste (hasta que no pueda más)
Más allá de datos técnicos y competencias compartidas, hay algo que no debe perderse de vista: las personas. Los agricultores de Buñol y Chiva no solo reclaman protección, sino dignidad para sus tierras y sus medios de vida. Porque resulta que, aunque a veces se olvide, el campo valenciano sigue siendo clave para la soberanía alimentaria, para la economía y para el paisaje que tanto se vende en folletos turísticos.
La huerta del Ruedo y sus alrededores no son solo líneas verdes en un mapa agrícola. Son generaciones de trabajo, de conocimiento del terreno, de adaptación al clima y, ahora también, de resistencia ante la negligencia.
¿Y mientras tanto, qué?
Mientras las firmas entregadas en el Ayuntamiento descansan en algún cajón —esperemos que no sea literal—, la tierra sigue absorbiendo la humedad de este inicio de primavera. Pero la amenaza está ahí, latente, como una nube cargada sobre el horizonte.
Los agricultores piden algo básico: actuar antes de lamentar. Porque ya lo hemos visto demasiadas veces: un cauce sin mantener, una lluvia inesperada, y el campo se convierte en un lodazal sin cosechas. Lo que hoy cuesta unos camiones de limpieza, mañana puede costar millones en ayudas y reconstrucción.
¿Estamos condenados a reaccionar siempre tarde o llegará un día en que se escuche al campo antes de que sea demasiado tarde?
















