Cabify y Uber nacieron como una alternativa elegante, moderna y eficaz al taxi tradicional.
Su propuesta inicial incluía vehículos impecables, conductores con traje, trato exquisito y una experiencia de viaje de primer nivel.
Sin embargo, esa imagen que posicionó a la compañía como sinónimo de exclusividad ha ido desapareciendo.
Hoy, numerosos usuarios denuncian que la calidad del servicio ha caído en picado, hasta convertirse en una experiencia mundana que poco tiene que ver con la que prometía diferenciarla del resto.
Las empresas, que en sus inicios parecían apuntar a un público exigente, han perdido parte de esa esencia.
Coches sucios, olores desagradables, conductores inexpertos o inseguridad al volante son algunas de las quejas más repetidas por los usuarios que hemos entrevistado y que son habituales de ambas plataformas
Estas son fotos reales de sus vehículos:
Un contraste abismal respecto a aquellos primeros años en los que cada viaje parecía sacado de una campaña publicitaria de lujo urbano.
Falta de profesionalidad
Entre las críticas más frecuentes, se encuentra la falta de profesionalidad de muchos conductores, especialmente en lo que respecta a la forma de conducir.
Muchos usuarios reportan maniobras imprudentes, por exceso o defecto:
- exceso de velocidad y un estilo de conducción agresivo que prioriza la cantidad de servicios realizados sobre la seguridad y el confort del pasajero.
- defecto en la velocidad, al no conocer la zona esa conducción lenta e insegura causa también problemas
Parte del problema, señalan los usuarios, es que un gran número de conductores son recién llegados al país y desconocen la geografía urbana.
Dependen por completo del navegador GPS, que en muchas ocasiones no elige la ruta más corta ni la más eficiente. ¿Quién no ha dado una vuelta innecesaria de varios kilómetros con un conductor perdido que solo sigue instrucciones de una voz automática?
El GPS no sustituye al conocimiento local
El uso exclusivo del GPS pone en evidencia otra carencia: la desconexión total con la ciudad donde se presta el servicio.
A diferencia de los taxistas de toda la vida, que sabían con precisión dónde estaba cada calle, muchos conductores de Cabify o Uber se pierden con frecuencia o necesitan que sea el propio pasajero quien indique el camino.
Esto no solo es frustrante, sino que representa una pérdida de tiempo y una experiencia incómoda para el usuario, que paga por un servicio profesional, no por hacer de copiloto.
Conducir confiando ciegamente en una aplicación no solo afecta a la eficiencia del viaje, también puede generar situaciones de inseguridad al volante.
Algunos conductores parecen más centrados en interpretar el GPS que en prestar atención a lo que ocurre en la carretera.
En definitiva, da la impresión de que muchos conductores no están suficientemente preparados para el servicio que prestan.
¿El precio compensa la experiencia?
Es cierto que el precio sigue siendo competitivo, especialmente en comparación con los taxis tradicionales, aunque no siempre es así.
En horas punta o zonas menos transitadas, los precios pueden ser prácticamente idénticos.
La pregunta que muchos se hacen es: ¿merece la pena pagar lo mismo por un servicio que ha perdido toda la calidad?
Ya no hay una garantía de excelencia con la plataforma, como ocurría hace unos años.
Ambos servicios necesitan profesionalizar más a sus conductores, mejorar la atención al cliente y adaptarse a las necesidades reales de quienes los utilizan cada día.
La tecnología puede ser una aliada, pero no puede sustituir el conocimiento ni la experiencia.
Si el conductor no conoce la ciudad, si no ofrece un trato correcto, si no cuida su vehículo ni respeta las normas básicas de seguridad, el servicio pierde todo su valor.
Es hora de que estas compañías reevalúen sus modelos actuales y cumplan con el servicio de excelencia que prometieron.