A punto de cumplirse un año de la DANA que devastó Valencia, cientos de vecinos de Picanya siguen dependiendo del Banco de Alimentos para poder llenar la despensa. Más de 5.600 personas continúan necesitando ayuda en los municipios más golpeados por la riada, y la demanda crece en cada reparto.
🛒 Colas de humildad y esperanza
Con sus carros de la compra y una paciencia que se confunde con resignación, los vecinos hacen cola bajo el sol esperando recibir arroz, pasta, leche o conservas. “Viene muy bien, el dinero vuela rápido y la verdad que te llenen la despensa viene muy bien”, confiesan algunos con una mezcla de alivio y pudor.
Otros, como Tina, perdieron su casa y su coche. Aún no ha podido recuperarse:
“La verdad no se lleva bien… ¿qué quieres que te diga? Estar aquí en la cola no es divertido. Pero me siento agradecida, porque hay gente que perdió la vida”.
💔 Historias de pérdida y gratitud
Los testimonios se repiten. Amparo, otra vecina afectada, vive ahora con sus hijos:
“Entre mis hijos y lo que te van arreglando un poquito… pero de lo que perdí a lo que tengo, hay un abismo”.
Pese a todo, la gratitud prevalece:
“Cuando empezaron a venir a ayudarnos, te ves como que se te abre el cielo”.
El Banco de Alimentos de Valencia ha mantenido su compromiso desde el primer día. Su presidente, Jaime Serra, recuerda:
“Aquí hay mucho daño. En estos pueblos hay mucha gente tocada, y el Banco de Alimentos estará hasta el último día”.
🧡 Vecinos que no se rinden
La solidaridad no ha cesado, aunque las cámaras hace tiempo que se marcharon. Comercios y voluntarios siguen donando productos y tiempo. Monsa, una vecina de Picanya, cedió su local para los repartos:
“El Banco de Alimentos me preguntó hasta cuándo quería estar ayudando, y yo les dije: hasta que haga falta. No sabía dónde me metía… y cada vez hace más falta”.
🌧️ Un año después, la herida sigue abierta
La DANA cambió vidas y barrios enteros. Muchos lo han perdido todo: casas, recuerdos, medios de vida. Pero en cada reparto, entre bolsas de comida y lágrimas discretas, se respira una dignidad serena. Una mezcla de dolor y esperanza, de heridas abiertas y manos tendidas.
Porque, como dicen en la cola, “lo poquito que venga de ayuda, hay que recogerlo todo”.
















