La historia de David, vecino de Aldaya, refleja el drama silencioso que aún viven muchos pequeños empresarios un año después de la DANA del 29 de octubre de 2024, una catástrofe que arrasó cientos de locales y viviendas en la provincia de Valencia. Su bar, anegado por el agua y el barro, tardó seis meses en volver a abrir, pero ahora se enfrenta a un nuevo golpe: el propietario del local le exige el pago de los alquileres acumulados durante el tiempo que el negocio estuvo cerrado.
“Aquí entró un metro y medio de agua. Se lo llevó todo. Fue un desastre”
Recuerda David, que junto a su hijo logró rehabilitar el local con mucho esfuerzo y con las ayudas públicas destinadas a la reconstrucción. Asegura que cada euro recibido lo invirtió en reparar los daños: maquinaria nueva, mobiliario, pintura y la estructura afectada por la humedad.
“Si lo hubiera sabido, no habría vuelto a abrir”
Sin embargo, el dueño del establecimiento le reclama ahora los seis meses de alquiler durante el cierre y otros cinco pendientes anteriores. “No me llega. Si lo hubiera sabido, no habría vuelto a abrir. Los sueños de hace un año se han desvanecido”, confiesa.
A las dificultades económicas se suma la inestabilidad emocional de haberlo perdido todo y volver a empezar desde cero. En una de las paredes del bar aún se conserva un mural que pintaron tras la catástrofe: una mano sosteniendo una pala, símbolo del esfuerzo colectivo de quienes ayudaron a limpiar el barro.
Un futuro incierto para los afectados
La familia vive ahora con la incertidumbre de poder mantener abierto el negocio. “Es mi vida, no quiero marcharme de aquí”, explica su hijo, que trabaja junto a él detrás de la barra. Su testimonio se suma al de muchos autónomos que lograron sobrevivir al desastre, pero que ahora luchan contra la deuda y la falta de apoyo.
Según los últimos datos del sector, uno de cada cinco negocios afectados por la DANA nunca volvió a abrir, y buena parte de los que lo hicieron afrontan serias dificultades para mantenerse. Mientras tanto, los vecinos de la comarca recuerdan con impotencia que, un año después, el barranco del Poyo y el cauce del río Magro siguen mostrando las huellas del desastre, con coches calcinados y estructuras aún sin reparar.
David, como tantos otros emprendedores valencianos, resume su situación con amargura: