Valencia, 17 de septiembre de 2025.
Eugenio tiene 80 años, padece Alzheimer y lleva casi un año marcado por la tragedia. Desde la DANA del pasado 29 de octubre que destrozó el ascensor de su edificio en Alfafar, no había vuelto a pisar la calle. Este miércoles, 323 días después, por fin pudo reencontrarse con su gente y recuperar un pedacito de vida.
Diez meses de encierro
El temporal dejó inservible el ascensor del bloque donde reside, convirtiendo su casa en una especie de prisión. Solo una vez salió: el día que tuvo que despedir a su hijo, víctima de la riada. Bajó con ayuda de Cruz Roja y una silla especial, pero la subida fue tan agotadora que juró no volver a intentarlo. Desde entonces, quedó confinado en su hogar.
Su hija lo resume con tristeza:
“Todo este tiempo encerrado, solo, sin ver a su gente, le ha afectado mucho”.
El regreso a su bar de siempre
Con el ascensor por fin reparado, Eugenio volvió a salir acompañado por su hija y su nieta. Su destino era sencillo pero cargado de emoción: el bar de siempre. Allí, aunque ya no recordaba el camino, le esperaba una familia elegida, sus amigos, que nunca dejaron de preguntar por él.
El recibimiento fue cálido y conmovedor: abrazos, lágrimas y sonrisas que rompieron casi un año de silencio.
“Por fin los ve, y a mí me da mucha alegría”, confesó su nieta, emocionada.
El drama de los ascensores
El caso de Eugenio no es aislado. Cientos de vecinos de las zonas afectadas siguen atrapados en sus viviendas porque la reparación de ascensores dañados avanza con lentitud. La falta de materiales y mano de obra especializada está retrasando el proceso, pese a que para personas mayores o con problemas de movilidad cada día cuenta.
La hija de Eugenio lo tiene claro:
“No debería ser así. Las empresas no tienen la culpa, pero tenían que dar prioridad a los mayores, que lo están pasando muy mal”.
Una alegría que invita a reflexionar
La salida de Eugenio es una historia de esperanza y resistencia, pero también un recordatorio de lo mucho que queda por hacer tras la catástrofe. Su sonrisa al reencontrarse con sus amigos devuelve la fe en lo cotidiano, pero obliga a preguntarse: ¿cuántas personas siguen encerradas en sus hogares esperando una reparación que no llega?