Las psicólogas del grupo sanitario Ribera explican cómo se reactiva el duelo tras una catástrofe, como la ocurrida en Valencia hace un año, cuando se reactivan las alertas meteorológicas, también en regiones próximas como Cataluña, Aragón o Baleares.
Recuerdan que la gestión emocional y el apoyo comunitario son claves para evitar que el sufrimiento se cronifique: «Es normal que vuelvan la tristeza, el miedo o la ansiedad. No significa que no hayamos avanzado».
Casi un año después de la devastadora DANA que golpeó varios puntos de la provincia de Valencia y se cobró más de 220 vidas, las alertas meteorológicas de las últimas semanas han reabierto heridas todavía sensibles. La población de las zonas afectadas, como el área metropolitana de Valencia (pedanías de la capital y poblaciones como Catarroja, Alfafar, Paiporta o Aldaya), la Ribera Alta o la Safor, ha revivido con intensidad el miedo, la angustia y la incertidumbre de aquel fatídico 29 de octubre de 2024.
El equipo de psicólogas del grupo sanitario Ribera en el hospital Ribera Polusa recuerda que «el duelo tras una catástrofe natural no desaparece con el tiempo, sino que evoluciona». «Los aniversarios y las situaciones que recuerdan lo vivido actúan como detonantes emocionales, y es normal que vuelvan la tristeza, el miedo o la ansiedad. No significa que no hayamos avanzado, sino que estamos ante una huella emocional profunda que necesita ser reconocida y acompañada», explican.
El duelo tras una catástrofe: un proceso necesario y diferente para cada persona
El duelo es el proceso psicológico que surge ante una pérdida significativa —ya sea una persona, un hogar o un proyecto de vida— y cumple una función adaptativa: permite asimilar lo sucedido y reconstruir la vida. En el contexto de una catástrofe como la Dana, este proceso se multiplica. «Las personas afectadas no enfrentan una sola pérdida, sino muchas a la vez: pérdidas materiales, emocionales, de seguridad, de identidad o de entorno. Por eso el impacto es tan devastador», señalan las especialistas del grupo Ribera.
El duelo, añaden, puede manifestarse de formas muy distintas. «Algunas personas necesitan hablar, llorar o recordar; otras se encierran en el silencio o siguen adelante como si nada. No hay una manera correcta de vivir el duelo, pero sí señales que indican cuándo es necesario pedir ayuda: dolor intenso que no se alivia, sentimientos de culpa, desconexión de la realidad o incapacidad para retomar la vida cotidiana.»
En estos casos, advierten, puede tratarse de un duelo patológico o crónico, que requiere atención profesional para evitar la aparición de problemas de salud mental como la depresión, la ansiedad o el trastorno de estrés postraumático.
Del duelo individual al duelo colectivo: la importancia de sentirse acompañado
El equipo de Psicología del hospital Ribera Polusa distingue dos niveles en el duelo tras una catástrofe: el individual, que depende de las circunstancias personales y de la historia emocional de cada persona; y el colectivo, que se vive en la comunidad afectada. Este último «cumple una función protectora, porque ayuda a sentirse comprendido y acompañado en el dolor«. Actos como los homenajes a las víctimas, los encuentros vecinales o los rituales de recuerdo son fundamentales para sanar la herida común. «Compartir el dolor, hablar de lo que pasó, mantener vivas las tradiciones o reconstruir juntos los espacios dañados no son solo gestos simbólicos, sino auténticos mecanismos de resiliencia social«, subrayan.
También destacan la importancia de no negar ni reprimir las emociones. «El dolor necesita espacio. No se trata de eliminar la tristeza o el miedo, sino de darles un lugar y permitir que fluyan. Escuchar, acompañar y ofrecer apoyo sin juzgar es más valioso que cualquier frase hecha o intento de consuelo rápido«, apuntan.
Entre las expresiones que conviene evitar, mencionan las típicas «podría haber sido peor», «sé cómo te sientes» o «al menos tú estás bien». En cambio, una escucha empática y la disponibilidad para acompañar son herramientas mucho más poderosas.
Las nuevas alertas meteorológicas reactivan la huella emocional
En las últimas semanas, la activación de alertas rojas por lluvias intensas en Valencia y en otras regiones como Baleares, Murcia y Cataluña ha despertado una oleada de recuerdos y ansiedad en la población. «Quienes vivieron la Dana hace un año han sentido cómo su cuerpo y su mente reaccionaban igual que entonces, aunque objetivamente el peligro fuera menor», explican desde Ribera Polusa.
Esta reactivación es un fenómeno común en el duelo postraumático. «El cerebro asocia las señales de amenaza —como el sonido de la lluvia, las sirenas o los mensajes de emergencia— con el trauma original. Por eso, aunque el presente sea seguro, el cuerpo responde como si el desastre estuviera ocurriendo otra vez«, detallan las psicólogas.
Ante estas situaciones, recomiendan dar nombre a las emociones, mantener rutinas seguras y buscar apoyo social o profesional si el malestar se intensifica o se prolonga. «No hay que enfrentarlo solo. Reconocer la vulnerabilidad es un paso de fortaleza, no de debilidad.»
Cuidar a la población especialmente vulnerable
El duelo tras una catástrofe no afecta por igual a toda la población. Los niños, las personas mayores y quienes ya atravesaban dificultades previas —económicas, emocionales o de salud— son los más vulnerables.
En el caso de la infancia, las psicólogas del grupo Ribera recuerdan que «los niños no siempre pueden poner palabras a lo que sienten, pero sí lo manifiestan con miedo, irritabilidad, regresión o problemas de sueño». La pérdida del hogar, la interrupción de rutinas o la separación de figuras de apego puede resultar profundamente desestabilizadora. «Lo fundamental es ofrecerles seguridad, explicarles lo sucedido con calma y permitirles expresar sus emociones.»
Las personas mayores, por su parte, pueden ver afectada su resiliencia por la pérdida de vínculos y la dificultad para reconstruir su entorno. Y los equipos de emergencia, a menudo considerados héroes, también necesitan atención psicológica: «Cuidar de quienes cuidan es esencial para prevenir el desgaste emocional», recuerdan desde Ribera Polusa.
Resiliencia y esperanza: reconstruir desde el apoyo mutuo
El dolor tras una catástrofe es inevitable, pero no eterno. La experiencia del último año ha demostrado que la solidaridad y la cooperación fortalecen a las comunidades. «La resiliencia no es olvidar, sino aprender a vivir con lo sucedido, adaptarse y recuperar la capacidad de disfrutar de la vida», concluyen las psicólogas del grupo Ribera.
Entre los recursos que facilitan este proceso destacan hablar de lo ocurrido, participar en actividades de reconstrucción, mantener las tradiciones locales y realizar actos de homenaje. Y, sobre todo, buscar ayuda psicológica cuando el dolor se hace insostenible.
«El primer aniversario de la Dana nos recuerda que las heridas emocionales también necesitan atención. Solo reconociendo el sufrimiento podremos transformarlo en fuerza para seguir adelante«, afirman las especialistas del grupo Ribera.
















