El famoso artista Guillem Mont de Palol ha dado al bailarín Eros Recio la posibilidad de bailar en su montaje “Danzas Románticas” junto al joven bailarín de Xàbia Pau Caselles Bolufer. Este espectáculo es una denuncia onírica del trato dado a los papeles femeninos en el baile clásico e invita a la reflexión y la evolución tanto social como cultural.
Las escenas de dúo entre Mont de Palol y Recio fueron mágicas. El intrépido Guillem retrotrajo a algunos espectadores muchos años atrás, cuando en Valencia bailaba el legendario Lindsay Kent. Todavía no existía La Mutant, el teatro del distrito marítimo donde se ha expuesto este proyecto.
El contrapunto del valenciano Pau Caselles fue impactante con el uso de una flauta prodigiosa que lo transformaba en flautista de Hamelín del espectáculo. Caselles es un personaje insólito del panormama escénico porque lo normal es ejercer como actor y no meterse en actividades de gestión. En este caso encontramos un inspirado intérprete que se bate en los campos de la producción y los vericuetos económicos, lo que resulta un gran mérito por su ambivalencia.
Guillem Mont de Palol nació en Girona en 1978, pero su cuerpo y su pensamiento pronto se escaparon de cualquier frontera. Se formó en la School for New Dance Development de Ámsterdam, una de las cunas europeas de la danza contemporánea más experimental, y desde entonces su trayectoria ha sido una exploración constante del gesto, la voz y el sentido del arte en la escena.
Mont de Palol no baila para narrar ni para ilustrar una idea: baila para pensar, para desmontar la lógica del cuerpo y del lenguaje. Su movimiento está impregnado de humor, de ironía y de una curiosidad que no teme el absurdo. En sus obras se mezclan la danza, la performance, el teatro y el sonido, pero sobre todo, se percibe una voluntad de disolver las fronteras entre disciplinas, de interrogar los códigos de la representación.
Desde 2008 comparte camino con Jorge Dutor, con quien forma un tándem creativo inconfundible. Juntos han firmado piezas que se han convertido en referentes de la escena contemporánea independiente: Yo fui un hombre lobo adolescente inventando horrores (2009), ¿Y por qué John Cage? (2011), #LosMicrófonos (2013) o Grand Applause (2016), entre otras. Sus creaciones son juegos serios: partituras físicas y sonoras donde la repetición, la voz y la música construyen un espacio cómico y crítico a la vez.
En paralelo, Mont de Palol ha trabajado como intérprete para figuras esenciales de la danza europea como Xavier Le Roy, Mette Ingvartsen o Vincent Dunoyer, experiencias que han alimentado su propio universo escénico. Pero su interés va más allá de la coreografía: le atraen las prácticas de conciencia corporal, la improvisación, el yoga kundalini, incluso el masaje tailandés, ámbitos que dialogan con su búsqueda artística y que amplían su comprensión del cuerpo como territorio político y espiritual.
En escena, Guillem Mont de Palol no pretende enseñar, sino contagiar una forma de estar. En sus obras late una pregunta constante: ¿qué puede un cuerpo cuando se despoja de sus hábitos, de sus coreografías sociales? Su trabajo es un ejercicio de libertad —preciso, juguetón, poético— que invita a pensar el arte como un espacio vivo donde el pensamiento y el placer del movimiento se encuentran.
Hay artistas que parecen llegar a la danza desde el silencio, como si el cuerpo fuera el único idioma que les queda. Guillem Mont de Palol es uno de ellos. Y, aunque sus gestos se inscriban en la era de la performance y la ironía, su sensibilidad recuerda, muchas veces, a la de Lindsay Kemp, aquel poeta del cuerpo que bailaba como si el mundo fuera un sueño en ruinas. Ambos, cada uno a su manera, entienden la escena como un territorio de transformación: un lugar donde lo visible y lo invisible se confunden, donde el cuerpo se convierte en un espejo que deforma y revela.
Kemp, con su teatralidad barroca y su amor por el exceso, levantó templos de lo poético en los años ochenta. Sus espectáculos eran carnavales místicos, desbordados de belleza y dolor, donde el movimiento era un acto de revelación. Mont de Palol, más contemporáneo y socarrón, explora un territorio distinto: el de la duda, el del humor que roza el absurdo, el del pensamiento que se mueve. Si Kemp era la explosión, Guillem es la implosión; donde el primero desplegaba un universo, el segundo desarma el nuestro.
Ambos, sin embargo, comparten una misma pulsión: la de hacer visible lo invisible del cuerpo. Kemp buscaba el alma en el gesto; Mont de Palol busca el pensamiento. En los dos late una pregunta antigua: ¿qué puede el cuerpo cuando se libera de la forma, cuando deja de obedecer a la lógica del espectáculo o la técnica? Kemp lo contestaba con la emoción, con la herida; Mont de Palol, con la ironía, con la curiosidad que desmonta lo aprendido.
En sus talleres y procesos creativos, Guillem se convierte también en un heredero de esa tradición del maestro que guía sin imponer, que invita a los demás a encontrar su propio movimiento. Como Kemp, cree que la danza no se enseña: se contagia. Es un modo de estar, de escuchar el cuerpo, de aceptar su torpeza y su potencia. Por ello Eros Recio ha tenido y ha aprovechado una oportunidad magnífica de evolucionar.
Y en ese gesto de abrir espacio a otros aparece el verdadero poder de los bailarines jóvenes. Los jóvenes traen el cuerpo nuevo, el cuerpo que aún no sabe obedecer del todo. Son quienes se atreven a cruzar los límites —de la danza, del género, de la disciplina— sin pedir permiso. Ellos son los que recuerdan que la danza no pertenece a los teatros ni a las academias, sino al pulso vivo del presente.
Los jóvenes son, quizá, lo que Kemp fue en su tiempo y lo que Mont de Palol sigue siendo hoy: el recordatorio de que el arte del movimiento no se trata de perfección, sino de presencia. Son el temblor que renueva la escena, la energía que impide que el cuerpo se convierta en estatua. En sus pasos desordenados, en su deseo de decir con el cuerpo lo que aún no tiene nombre, habita la promesa de una danza que todavía no ha sido inventada. Para Eros Recio ha sido una experiencia muy enriquecedora y muy aplaudida por el público.
















