El gran apagón que afecta a la Península Ibérica ha provocado escenas de desconcierto y preocupación en varias ciudades como la de Valéncia.
Uno de los aspectos más alarmantes ha sido la situación en las estaciones de metro: muchas de ellas han quedado completamente abiertas, sin personal de seguridad y con los sistemas automáticos fuera de servicio.
Al interrumpirse el suministro eléctrico, las puertas de acceso, los torniquetes y los controles de entrada quedaron inutilizados.
En algunos casos, por protocolos de emergencia, los accesos han sido desbloqueados para permitir la evacuación, pero la falta de vigilancia física ha convertido las estaciones en zonas vulnerables.
Cámaras de seguridad, sistemas de megafonía y señalización de emergencia también han quedado fuera de funcionamiento, generando un ambiente de incertidumbre entre los usuarios.
Particularmente en ciudades como Madrid y Barcelona, se observaron largas filas de personas intentando salir de las estaciones o moverse a pie por los túneles, sin guías claros ni asistencia visible.
Aunque no se reportaron incidentes graves, las autoridades reconocieron que la falta de preparación ante un evento de este tipo podría haber tenido consecuencias más serias.
En Valéncia al ser festivo se ha minimizado el impacto.
El apagón, atribuido a una avería ha reabierto el debate sobre la resiliencia de las infraestructuras críticas.
Especialistas en seguridad urbana advierten que, en caso de apagones prolongados, los sistemas de transporte subterráneo requieren protocolos más sólidos para garantizar la seguridad tanto física como operativa de los usuarios.
La estación de Metro de Campanar sin vigilancia
Así nos hemos encontrado la estación de metro de Campanar y muchas otras, con libre paso y circulación por toda la estación, sin vigilancia, sin empleados y totalmente vulnerable al vandalismo.
Evidentemente pone de relieve la inseguridad que crea este protocolo de abandono tras el apagón.
El apagón ibérico ha dejado una advertencia clara: la modernidad de nuestras ciudades sigue siendo vulnerable a fallos que, en minutos, pueden dejar a millones de personas a merced de la improvisación.