Del 1 al 16 de noviembre –el acto inaugural será el 1 a las 18 horas- en el Cercle d´Art Fernando Barrachina de Foyos, Apolinar López Pardines, expondrá por vez primera de manera individual una antología de su obra pictórica, llamada a ser muy admirada por el dominio del dibujo en coloridos lienzos con características y singularidades escultóricas.
Apolinar, nacido una preciosa aldea andaluza, frontera con La Mancha, Venta de los Santos, llegó a Foyos siendo niño con su familia, allá por los años 70 del pasado siglo, y pronto se hizo famoso en todo el pueblo, porque con 14 años hizo el sólo una Falla de verdad.
Recuerdo le entrevisté para la Agencia Efe donde trabajaba, lo publicaron los periódicos, comenzaron a llegar radios y televisiones en su busca y tuvo gran repercusión la noticia. ¿Cómo era posible que un crío hubiera hecho él sólo sin medios una Falla?. El día que se escriba la “Historia de las Fallas de Foyos” deberá partir de dicho acontecimiento como precedente o antecedente. Lo sucedido me inspiró una piececilla teatral, un belén, que se representó en el Centro Parroquial.
Al poco tiempo, siendo apenas un adolescente, a Apolinar le buscó y contrató El Corte Inglés como decorador, interiorista y escaparatista, donde estuvo 18 años. Como profesional se había consagrado, luego se independizó y montó una empresa del ramo. Hoy vive felizmente su jubilación dedicado a dibujar y pintar sin prisas.
Picasso decía que lo fundamental para el pintor era dominar el dibujo. La base de la obra pictórica es el dibujo. Apolinar sabe dibujar muy bien. Nació con los lápices y pinceles bajo el brazo, no necesitó que nadie le enseñara a dibujar. Es autodidacta. Los grandes pintores un pasaron nunca por la Universidad. Aprendieron dibujando y pintando.
Frente al lienzo, como hizo siempre en la vida, Apolinar se atrevió a todo con firmeza y seguridad, confiando en sus propias capacidades y fuerzas, en su sobrada potencia y creatividad. Domina el natural, el estudio y enternece con los retratos. LO podemos contemplar en la muestra.
La difícil profundidad de la perspectiva la ejecuta con gran soltura como en su interpretación del Cristo de Dalí. Seduce la escena de la dama del paraguas que remite a la belle epoque parisina, Evocadora la escena familiar conjunta. Tiernísimo el artista con sus nietos, Alejandro y Laia, que le tienen robado el corazón y el pincel.
Es en los retratos done Apolinar más se vuelca y vacía. Son retratos escultóricos. Cuando pinta rostros, Apolinar los esculpe, por eso son fuertes, vigorosos, muy realistas. Aparte de buen dibujante, diría que tiene dotes de gran escultor. Una delicia los rostros de niños a quienes da vida muy expresiva, alegría y felicidad en los lienzos. Vivísimos ojos y bellísimas sonrisas. Pura expresión de felicidad. Es en los retratos, incluso su autorretrato, donde consigue con más facilidad el “feed back” en quienes los contemplan. Rasgos y colores inenarrables, apasionados, llenos de fuerza.
Sorprendente una innovación en él la pintura abstracta en la que se adentra por primera vez, también sin miedos. La gran ciudad del asfalto, abigarrada, profunda, lejana, fría y distante, que él suaviza y atempera con azules y dorados haciéndonos vislumbrándose, haciendo legible, el sello de cualquier Nueva York, sin explicación alguna.
Lleva Apolinar años acariciando la idea de realizar esta exposición con mucha ilusión y nervios. Presenta sus hijos artísticos, una antología cercana de su obra. Es su presentación en sociedad. Ojalá haga muchas más. La muestra es un alto en su vuelo apasionado por la pintura callada y en silencio de su estudio. Un orgullo y una satisfacción, pero también un acto para darse a conocer al gran público. Un acto cultural cuyo protagonista es uno del pueblo. También los del pueblo hacemos cultura.
Me recuerda la exposición de Apolinar la emoción que tenía el escultor Paco Badía cuando hizo aquí, su pueblo, su primera y única exposición. Famoso en toda Europa como escultor en bronce pequeño, no lo conocíamos. Vivía a caballo de París e Ibiza, le localicé, hablé varias veces con él, y conseguí convencerle de que regresara al pueblo. No quería. Se acordaba de su detención y cárcel tras la guerra, de su forzado exilio. Al final vino y con la valiosa ayuda del presidente del Musical, Vicente Valls, pudo exponer obra suya entre sus paisanos, ser profeta en su tierra. Su emoción se agrandó cuando impulsé le dedicaran la replaçeta y pusieran su nombre al Instituto.
También esta exposición tiene que ser un homenaje a Apolinar. Los pueblos cultos practican el “ius honorandum”, rinden honores, reconocen los valores humanos, culturales, sociales de sus convecinos.
Llevo un tiempo investigando la vida y obra de José Manuel Gascó Navarro, hijo de Foyos, eminente médico y botánico de la primera mitad del siglo XVIII, del que en el pueblo no teníamos ni noticia, tal vez porque no le dedicamos a la historia y cultura local, ni a nuestros convecinos ilustres, la atención que les corresponde. Algo que debiera rectificarse.
Un homenaje y gratitud por aportar a la comunidad su potencialidad cultural, su estilo pictórico que le sale del alma, su pintar emociones, como lo hacía de pequeño pintando los paisajes de su aldea, el cielo y las noches estrelladas, transmitiendo emociones y paz.
Con mi reconocimiento, homenaje y gratitud, me gustaría, me gustaría emplazar a Apolinar a una próxima exposición donde reflejara rincones preciosos de nuestro pueblo y entorno, sería un proyecto de total consagración.
















