Valencia ha presentado con gran fastuosidad el Forum Jaume I 1238 que pretende conmemorar el 700 aniversario de la muerte del rey Jaime I y preparar el 800 aniversario de la “fundación” del Reino de Valencia por parte del rey Jaime I. Preside la entidad la señora o señorita Susi Boix, a quien no tengo el gusto de conocer pero que en su apellido me recuerda al glorioso cronista Vicente Boix, que escribió una de las mejores historias del Reino de Valencia.
A lo largo de los siglos, diversos historiadores clásicos del Reino de Valencia han abordado con profundidad y detalle los orígenes de nuestra entidad política y territorial. Nombres como Jaume I, Pere Antoni Beuter, Gaspar Escolano, Martín de Viciana, Francisco Diago, Onofre Esquerdo y Rafael Martí de Viciana constituyen los pilares fundamentales de la historiografía valenciana anterior al siglo XX. Todos ellos, con matices propios, coinciden en señalar un hecho que hoy resulta sorprendente para muchos: la fundación del Reino de Valencia no se atribuye a Jaime I el Conquistador, sino al rey musulmán Mubarak I en el año 1009.
Según estos cronistas, el establecimiento de un poder centralizado, con instituciones administrativas, una estructura territorial definida y una capital establecida en la ciudad de Valencia, corresponde al emirato taifa instaurado por Mubarak I. Esta visión, lejos de ser una anécdota marginal, se repite en las Décadas de Gaspar Escolano, en la Crónica de Beuter, en los escritos eclesiásticos de Diago y en las recopilaciones genealógicas de los Viciana. Incluso el propio Llibre dels fets, atribuido al rey Jaume I, jamás se refiere a sí mismo como «fundador», sino como «conquistador» de un territorio que ya contaba con una larga trayectoria histórica, institucional y urbana. Incluso cuando se relata la primera reunión en Alcañiz para preparar la conquista del Reino de Valencia lo llaman de este manera, Reino de Valencia. No se explica que en el añó 1232 están hablando sobre una entidad política que había de nacer seis años después, no es lógico. Todo ello desmonta la “fundación” o la “creación”-
Esta distinción terminológica no es menor. Los historiadores clásicos eran conscientes de que el Reino de Valencia, como realidad política, hundía sus raíces en un periodo anterior a la conquista cristiana. Al mismo tiempo, reconocían en la figura de Jaime I al artífice de su integración en la Corona de Aragón y de su reorganización bajo fueros y estructuras propias. Pero el origen del reino, en su sentido estricto, lo situaban inequívocamente en la época andalusí, como parte de ese complejo legado mediterráneo que fusionó lo islámico, lo cristiano y lo judío.
Este consenso entre los autores clásicos valencianos invita a repensar la historia desde una perspectiva menos ideológica y más fiel a las fuentes. Porque para entender el Reino de Valencia, tal como lo entendieron sus primeros cronistas, no basta con mirar hacia el norte y las conquistas, sino también hacia el sur y las fundaciones
La atribución de la «fundación» del Reino de Valencia al rey Jaime I no responde a la tradición historiográfica valenciana clásica, sino a una construcción ideológica relativamente reciente, motivada por intereses políticos y culturales ajenos al rigor histórico. Como han documentado cronistas e historiadores clásicos como Jaume I (en su Llibre dels fets), Pere Antoni Beuter, Gaspar Escolano, Francisco Diago, Martín de Viciana y otros, la existencia del Reino de Valencia se remonta al año 1009, cuando el rey musulmán Mubarak I fundó la taifa de Balansiya como entidad política autónoma, dotada de estructuras de gobierno, sistema fiscal, y organización territorial. Para todos estos autores, Jaime I fue sin duda el «conquistador», pero nunca el «fundador».
Sin embargo, esta precisión histórica fue desplazada en el siglo XX por una narrativa impuesta desde las tesis catalanistas de Enric Prat de la Riba. En su proyecto imperialista, la idea de una Cataluña matriz que irradiaba cultura, lengua y estructura política hacia el sur requería convertir a la Valencia moderna en una hija obediente del expansionismo catalán. Para ello, era necesario borrar la memoria histórica de los orígenes andalusíes del Reino y sustituirla por un relato fundacional centrado en Jaime I como creador ex nihilo de una nueva tierra catalana.
Esta visión fue consolidada y amplificada por Joan Fuster en su influyente libro Nosaltres, els valencians (1962), donde se consagra la tesis de que el Reino de Valencia fue una «creación catalana», tanto en lo político como en lo cultural. A partir de ese momento, esta interpretación penetró en la literatura, la intelectualidad progresista y sobre todo en los textos escolares, reemplazando la historiografía valenciana genuina —plural, compleja y arraigada en siglos de crónicas locales— por una versión uniformizada y simplificada al servicio de un relato nacionalista.
La institucionalización de esta falsificación tuvo un momento clave durante el gobierno del socialista Joan Lerma en la Generalitat Valenciana. Su asesor cultural, Alfons Llorens Gadea, fue el responsable de promover el llamado «750 aniversario de la fundación del Reino de Valencia», una efeméride que carece de base documental y que fue diseñada con fines políticos: reforzar la idea de que el Reino nació con Jaime I, ocultando deliberadamente su herencia islámica. Desde entonces, esta fecha se ha repetido en actos oficiales, publicaciones institucionales y materiales escolares, hasta que muchos han llegado a aceptarla como un hecho incuestionable.
Pero la historia no desaparece por decreto. Cada vez más voces reclaman recuperar la verdad enterrada por décadas de manipulación: que el Reino de Valencia, antes de ser conquistado por Jaime I, ya era un reino —una taifa soberana— con leyes, palacios, sabios y memoria. No fue fundado por nadie en 1238: fue conquistado. Y la diferencia no es solo semántica; es histórica, cultural y profundamente política.
Uno de los grandes malentendidos de la historia valenciana es la atribución a Jaime I de una voluntad fundacional inspirada en el amor por un pueblo o por un territorio que, en realidad, fue simplemente conquistado. Como muestran las crónicas y la lógica política del siglo XIII, la motivación principal del rey aragonés para mantener al Reino de Valencia como entidad separada no fue en absoluto crear una nación valenciana, ni homenajear a sus gentes, ni sentar las bases de una patria nueva. Su objetivo era mucho más pragmático: conservar el control personal sobre los territorios conquistados, evitar que cayeran en manos de la poderosa nobleza aragonesa y, sobre todo, poder dividir su corona a voluntad entre sus hijos.
Jaime I era plenamente consciente del riesgo que suponía ceder demasiado poder a los linajes aragoneses, muchos de los cuales se consideraban con derecho a las tierras reconquistadas. Para neutralizar sus aspiraciones, ideó un Reino de Valencia jurídicamente independiente de Aragón, con fueros propios, pero en la práctica sujeto a su control directo como monarca. Este diseño le permitía una gran flexibilidad política, pues le daba la posibilidad de tratar el reino como una pieza más de su patrimonio personal, y no como una extensión del territorio aragonés sometido a compromisos señoriales y cortesanos.
Esta estrategia tuvo su culminación en el testamento de Jaime I, en el que repartió sus dominios como un padre reparte herencia entre sus hijos, sin preocuparse por la unidad política ni por la continuidad de un proyecto imperial. El resultado fue la partición de la Corona: su hijo Pedro, que sería Pedro III de Aragón, heredó el Reino de Aragón, Cataluña y el Reino de Valencia (aunque este último conservó sus fueros y autonomía interna); mientras que su otro hijo, Jaime, que pasaría a ser Jaime II de Mallorca, recibió el Reino de Mallorca, que incluía las islas Baleares, los condados del Rosellón y la Cerdaña, y el señorío de Montpellier.
Con este reparto, Jaime I dejó claro que no concebía la Corona de Aragón como una unidad nacional, sino como un conjunto de territorios patrimoniales susceptibles de ser repartidos según su conveniencia familiar. El Reino de Valencia, en este contexto, no fue más que una de las fichas del tablero dinástico.
En ningún momento hubo por parte del monarca una intención de «crear» una nueva entidad política en honor del pueblo valenciano, ni de fundar una nación. La invención moderna de una «fundación» idealista o sentimental responde más a mitologías contemporáneas que a la realidad medieval. Para Jaime I, lo importante era conservar lo conquistado para poder jugar con ello —y con sus hijos— como haría cualquier gran señor feudal de su tiempo. La historia del Reino de Valencia, por tanto, comienza con una conquista y un cálculo político, no con un acto de creación heroica.
El forum recién nacido, si busca homenajear al fundador del Reino, debería ofrecerse al rey Mubarak I. A pesar de que en estos tiempos de tanta presión migratoria estos recuerdos no resulten políticamente correctos.