El papado de Francisco I, iniciado el 13 de marzo de 2013, representó un cambio de rumbo histórico en la Iglesia católica.
Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, fue elegido como el primer papa proveniente del continente americano y también el primer jesuita en ocupar el trono de San Pedro.
Su elección, tras la sorpresiva renuncia de Benedicto XVI, fue un momento sin precedentes en la historia reciente del Vaticano y marcó el inicio de una etapa caracterizada por la sencillez, la reforma y la cercanía con el pueblo.
Desde el primer día, Francisco rompió con las tradiciones más rígidas del papado.
Rechazó vivir en el Palacio Apostólico, optando por la residencia de Santa Marta, y eligió un estilo de vida austero que reflejaba su compromiso con los valores del Evangelio.
Inspirado por San Francisco de Asís, puso en el centro de su pontificado la defensa de los pobres, el medio ambiente, la justicia social y los derechos humanos.
Uno de sus mayores desafíos fue enfrentar los escándalos de abusos sexuales dentro de la Iglesia, impulsando reformas y mecanismos para prevenir estos crímenes, aunque no sin críticas por parte de algunos sectores.
Un Papa moderno
También promovió una visión más inclusiva y dialogante, abriendo espacios para debatir temas como la situación de los divorciados vueltos a casar, la acogida a las personas LGBTQ+ y el papel de la mujer dentro de la Iglesia, aunque mantuvo posturas firmes en aspectos doctrinales fundamentales.
A nivel internacional, Francisco fue una figura activa en la diplomacia global.
Su encíclica Laudato si’ (2015) sobre el cuidado de la casa común marcó un hito en el compromiso de la Iglesia con el medio ambiente.
Además, abogó por la paz, el desarme, la acogida a los migrantes y el diálogo interreligioso, fortaleciendo puentes con otras confesiones y culturas.
Su liderazgo espiritual, profundamente humano, conectó con millones de personas más allá del ámbito católico.
Francisco no solo fue un pontífice reformista, sino también un símbolo de esperanza y empatía en un mundo fragmentado.
A su muerte en el día de hoy, 21 de Abril de 2025, deja como legado una Iglesia más abierta, comprometida con los desafíos contemporáneos y en camino hacia una mayor renovación sin perder la esencia de su fe.