Subtítulo: El Gobierno español propone eliminar el cambio de hora estacional, alegando que ya no tiene sentido energético ni biológico, y que solo sirve para desajustar a la ciudadanía.
¿Una hora más? ¿Una hora menos? ¿O una tomadura de pelo de 40 años?
A ver, vamos a ser sinceros. Nadie —absolutamente nadie— sabe con certeza cuándo toca cambiar la hora hasta que el móvil se lo hace solo. Y aun así, el lunes siguiente todos llegamos tarde, dormimos mal y andamos con la cara torcida durante días. Pues bien, parece que a Pedro Sánchez también se le han hinchado las agujas del reloj, y este lunes ha decidido dar un golpe sobre la mesa (de Bruselas) para acabar con el dichoso cambio horario de una vez por todas.
El presidente del Gobierno ha anunciado que propondrá oficialmente a la Unión Europea eliminar el cambio estacional de hora a partir de 2026. La idea es sencilla: nadie lo quiere, no sirve para ahorrar energía, y encima nos fastidia la salud. ¿Hace falta más?
Pues sí. Porque esto es Europa, y si no hay un informe, una comisión y tres rondas de negociaciones, no se mueve ni el minutero.
¿Qué propone España exactamente?
El Gobierno español quiere que la Unión Europea deje de cambiar la hora dos veces al año —ese ritual semestral que nos convierte a todos en zombies durante al menos 48 horas— y que cada país elija un horario fijo, sea el de invierno o el de verano.
Y lo quiere hacer desde 2026, que es justo cuando vence el actual calendario de cambios aprobado por la UE. No antes, porque en Europa se planifica incluso el caos con cinco años de antelación.
Pedro Sánchez lo ha dejado claro:
“Francamente, ya no tiene sentido seguir atrasando y adelantando las agujas del reloj.”
Spoiler: esta frase no pasará a la historia como el “Yes, we can”, pero oye, por algo se empieza.
Las razones detrás del “hasta aquí”
El Ejecutivo español no llega con las manos vacías a Bruselas. Trae consigo un pack de argumentos, algunos más potentes que otros, pero todos con ese aire de “por favor, dejadnos vivir tranquilos” que tanto se lleva últimamente:
1. La ciencia está hasta el moño
Numerosos estudios (que no citaremos porque esto no es una tesis) concluyen que el cambio de hora trastoca nuestros ritmos circadianos. O, en cristiano: nos vuelve locos. El cuerpo humano no está hecho para que, dos veces al año, le cambien el sol de sitio como si fuese un flexo.
Trastornos del sueño, alteraciones del estado de ánimo, disminución del rendimiento… y no, no son excusas de lunes por la mañana. Son datos reales que cada vez más expertos consideran suficientes para dejar de jugar con el reloj.
2. El ahorro energético es… simbólico
En los 80, cuando aún no había aire acondicionado en todos lados ni pantallas LED hasta en los retretes, cambiar la hora podía tener cierto sentido para aprovechar la luz natural. Pero ahora, el consumo energético se ha descentralizado, diversificado y digitalizado. O sea, no ahorramos nada relevante con el cambio.
Y si no hay ahorro y encima salimos todos descompensados, ¿para qué seguir haciéndolo?
3. La ciudadanía está en contra
Según las encuestas, el 84% de los europeos y el 66% de los españoles están a favor de acabar con el cambio de hora. Vamos, que si esto fuera un referéndum, ya estaríamos estrenando horario nuevo.
Y aún más importante: es de las pocas cosas en las que hay consenso transnacional. Por una vez, Europa podría hacer algo que gusta a casi todo el mundo. ¿Milagro? No, sentido común.
El historial: esto no es una idea nueva (pero sí olvidada)
Si tienes la sensación de haber oído esto antes, no es porque estés atrapado en un bucle horario: la propuesta ya se planteó en 2018. Y en 2019, el Parlamento Europeo aprobó (sí, aprobó) acabar con el cambio de hora en 2021. ¿Qué pasó?
Nada.
O, mejor dicho, pasó lo de siempre: los Estados miembros se miraron unos a otros esperando que alguien diera el primer paso… y aquí seguimos.
Porque claro, decidir entre quedarse en horario de verano o de invierno no es tan fácil como parece. Los países del sur quieren sol por la tarde. Los del norte, luz por la mañana. Y nadie quiere desincronizarse del resto.
Así que se pospuso. Y luego se pospuso más. Y ahora viene España a decir: “Oye, que en 2026 esto se acaba. O lo acabamos nosotros.”
¿Y qué dice Europa?
De momento, nada nuevo. Bruselas está tan ocupada gestionando crisis energéticas, guerras, y debates eternos sobre si el aceite de oliva es bueno o no, que el asunto del reloj ha quedado en la carpeta de “pendientes urgentes no prioritarios”.
Pero el Gobierno español lo tiene claro:
“Es una cuestión de sentido común, bienestar y coherencia con la evidencia científica.”
Y además es una forma —dicen— de que Europa se acerque a la ciudadanía, de hacer algo tangible que la gente pueda notar en su día a día. O lo que es lo mismo: “Sincronizar Europa con la gente, no con el reloj.”
¿Qué supondría eliminar el cambio de hora?
1. Dormir mejor (al menos en teoría)
No más jet lag dos veces al año. No más discusiones sobre si el cambio afecta a los niños, a los mayores o a los gatos. Solo un horario estable, todo el año. Y si nos equivocamos de franja… al menos será siempre la misma.
2. Reorganizar algunos servicios
Vale, no todo es tan sencillo. Hay sectores —como el transporte, la logística o la televisión— que tendrían que ajustar sus sistemas a un nuevo modelo horario permanente. Pero nada insalvable. Se sobrevive a cosas peores. Como al horario de invierno.
3. Evitar desajustes entre países
Este es el gran miedo de la UE: que unos se queden en horario de verano y otros en invierno, y acabemos con un sudoku temporal que haga imposible saber a qué hora llega el AVE a Perpiñán. Por eso la propuesta de Sánchez busca una decisión coordinada, que evite el caos horario y el descontrol absoluto de reuniones por Zoom entre países con una hora de diferencia y la misma latitud.
¿Qué horario elegiríamos en España?
Y ahora viene el verdadero debate nacional:
¿Horario de verano o de invierno?
Porque una vez se elimine el cambio estacional, hay que elegir un modelo fijo. Y aquí es donde los expertos, los ciudadanos y los tertulianos de bar no se ponen de acuerdo.
- El horario de verano (GMT+2) alarga las tardes, lo cual mola para tomarse algo en la terraza y tener más luz después del trabajo.
- El horario de invierno (GMT+1) es más natural biológicamente y permite que no amanezca a las 10 de la mañana en diciembre.
Ambos tienen sus ventajas. Pero, como siempre, habrá que elegir el mal menor… o el sol que más calienta.
Conclusión: ¿es ahora el momento de parar el reloj?
La propuesta del Gobierno no es solo un gesto hacia la salud pública o la eficiencia energética. Es un símbolo de algo más grande: la voluntad de adaptar las instituciones europeas al siglo XXI. De dejar de hacer cosas porque “siempre se han hecho así”. De escuchar a la ciencia, a la sociedad y al sentido común.
Porque en un mundo donde todo cambia tan rápido, quizás lo que más necesitamos es una hora fija, al menos para dormir tranquilos.
Y tú, si pudieras elegir…
¿te quedarías con el horario de verano, el de invierno, o simplemente con que dejen de marearnos cada seis meses?