VALENCIA, 19 ABRIL 2025 – La ciudad del Turia ha conocido a lo largo de su historia a figuras ilustres que han transformado su destino: juristas, artistas, reyes y santos. Hoy, en pleno siglo XXI, algunos se preguntan si Juan Roig, empresario y presidente de Mercadona, debe entrar en esa categoría de “constructores de ciudad” que merecen ser inmortalizados… quizá en forma de estatua.
El impacto visible: de la empresa a la ciudad
Roig ha trascendido su papel como líder de una de las mayores cadenas de supermercados de España para convertirse en un actor decisivo del desarrollo valenciano. A través de su inversión privada ha impulsado proyectos como:
- Roig Arena: el recinto multiusos más ambicioso de la ciudad, destinado a cultura y deporte, financiado sin dinero público.
- Marina de Empresas: un polo de atracción para emprendedores jóvenes, con programas formativos y financiación para ideas innovadoras.
- Fundación Trinidad Alfonso: motor del impulso al deporte base y de élite, además de apoyar grandes eventos como el Maratón de Valencia.
- Ayudas sociales tras la DANA: 1,5 millones destinados a la recuperación de espacios públicos afectados por la catástrofe climática de 2024.
Un patrimonio cultural restaurado… por ella
Junto a él, su esposa Hortensia Herrero ha realizado una labor clave en la restauración del patrimonio valenciano. Iglesias, ermitas, fachadas históricas y, más recientemente, el Centro de Arte Hortensia Herrero en el Palacio Valeriola, marcan una trayectoria silenciosa pero contundente. Ella también ha destinado millones a educación, cultura y causas sociales.
Un debate legítimo: ¿Cómo se honra el mecenazgo?
La idea de una estatua no es banal. Supone el reconocimiento público de un legado. En tiempos donde las figuras públicas se miden por su impacto, Roig y Herrero han apostado por dejar huella en su ciudad más allá de los negocios.
Ahora bien, ¿debe Valencia rendirles tributo con bronce o con gratitud? ¿Hace falta una escultura, o basta con que su trabajo siga dando frutos?
¿Y tú qué opinas?
¿Debe una estatua recordar a quien invierte millones en su ciudad sin pedir nada a cambio? ¿O deberíamos reservar los pedestales para figuras históricas del pasado?
Quizá la verdadera estatua ya existe, no en piedra ni metal, sino en las calles, edificios y proyectos que, gracias a su impulso, han cambiado para siempre la cara de Valencia.