La deportista paralímpica Loida Zabala, referente en halterofilia adaptada y en la defensa de los derechos de las personas con discapacidad, ha compartido esta semana una divertida pero también reflexiva imagen en sus redes sociales.
En la fotografía aparece subiendo con su silla de ruedas por unas escaleras mecánicas, un gesto cargado de ironía que acompañó con un texto que rápidamente generó conversación entre sus seguidores.
Hemos conversado con ella sobre su publicación, la cual reza:
“¿Por qué prefiero subir por las escaleras eléctricas antes que por el ascensor?
La realidad es que yendo en silla de ruedas es más cómodo subir por el ascensor, sobre todo si llevas una handbike, pero
¿os pasa que encontráis en los centros comerciales colas para subir al ascensor que NO van en silla de ruedas, NO son personas mayores con dificultad para andar, NO son personas con carritos de bebé y NO son mujeres embarazadas?”
El mensaje, directo y sin filtros, no solo retrata una situación habitual en muchos centros comerciales, estaciones o espacios públicos, sino que abre un debate sobre la falta de conciencia social respecto al uso de ascensores y la importancia de respetar la prioridad de quienes verdaderamente lo necesitan.
Prioridad sí, exclusión no
El trasfondo de la publicación de Zabala pone sobre la mesa un tema sensible: los ascensores son para todos, pero no todos los usos son iguales.
Por ello realizamos una reflexión:
Es comprensible que muchas personas los utilicen simplemente por comodidad o “vaguería” para no subir por las escaleras mecánicas.
Sin embargo, conviene recordar que estos medios de transporte vertical están diseñados para todos y todas, pero en primer lugar, para garantizar la accesibilidad de ciertos colectivos: personas con movilidad reducida, mayores, embarazadas o familias con bebés en carrito, entre otros.
Las enfermedades invisibles, estigmatizadas por la sociedad
Se trata de condiciones médicas que no siempre se reflejan en el aspecto físico, pero que pueden limitar seriamente la movilidad o la capacidad de esfuerzo.
Dolencias como problemas cardíacos, respiratorios, neurológicos o articulares pueden llevar a que una persona aparentemente sana requiera de un ascensor para desplazarse.
Nunca debemos juzgar a simple vista.
Lo que sí se puede reivindicar es un mayor respeto hacia los colectivos que, sin ninguna alternativa, necesitan del ascensor para garantizar su autonomía.
Por eso, ella misma reconoce que en más de una ocasión ha tenido que pedir con firmeza: “Disculpe, pero tengo preferencia”, apartando a otras personas para poder subir.
Hacia una sociedad más empática
El gesto y las palabras de Loida Zabala van más allá de una anécdota personal.
Representan una llamada a la empatía y a la educación cívica en la vida cotidiana.
Respetar los ascensores como espacios prioritarios para quienes no tienen otra opción no significa prohibir su uso a los demás, sino comprender que la preferencia es un derecho, no un capricho.
Además, este debate nos invita a reflexionar sobre cómo nos movemos en los espacios públicos. A menudo, por prisas o comodidad, olvidamos que nuestros pequeños actos pueden tener un impacto en la vida de otros.
Ceder el paso, esperar un turno más o elegir las escaleras mecánicas cuando tenemos la posibilidad de hacerlo son gestos sencillos que pueden marcar una gran diferencia.
los ascensores son para todos, pero la prioridad es para quienes dependen de ellos
Y al mismo tiempo, es necesario mantener la sensibilidad hacia las enfermedades invisibles, esas que no se ven pero condicionan la vida de muchas personas.
La ironía de la foto de Zabala subiendo por las escaleras mecánicas con su silla de ruedas se convierte así en una metáfora poderosa: una imagen que mezcla humor y denuncia para recordarnos que una sociedad más justa comienza con los gestos cotidianos.
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