Estimados amigos de la Conselleria:
Permítanme empezar con un sincero agradecimiento. En un mundo tan lleno de incertidumbre, es reconfortante saber que podemos contar con ustedes para proporcionarnos una experiencia agrícola… digamos, “completa”. No solo nos ofrecen plagas, ¡nos ofrecen toda una aventura digna de un reality show agrícola! Un episodio tras otro: “La plaga que no cesa”, “El aceite que no mancha” y, mi favorito, “Reuniones interminables bajo aire acondicionado”. ¡Todo patrocinado por la desesperación!
Este año, ustedes han superado todas las expectativas. Primero, nos retiraron las herramientas de defensa con la elegancia de un mago quitando el mantel de la mesa, pero dejando los platos en el aire. Fue un truco de ilusionismo burocrático digno de un gran maestro: hacer desaparecer los productos sin ofrecer alternativas viables. Mientras, los ácaros —esos pequeños artistas del destrozo— comenzaban su obra maestra en nuestras fincas, pintando las hojas de amarillo y las mandarinas de desesperación. Y entonces, cuando ya estábamos al borde del abismo, ustedes nos tendieron la mano. Nos dieron aceite parafínico.
¡Ah, el aceite parafínico! El “parche” oficial para un problema de hemorragia. La solución estrella para una crisis que exige cirugía mayor. Con una recomendación tan clara como el agua de un pantano en agosto: “Aplíquese en condiciones climáticas adecuadas”. Aquí viene lo verdaderamente divertido.
El verano pasado, en la Comunidad Valenciana, no tuvimos un verano. Tuvimos un sauna a cielo abierto. Tuvimos noches tropicales que no eran noches, sino extensiones del día con menos luz y más humedad. Para quien no lo sepa, esto no es un cóctel nuevo en la terraza. Significa que el termómetro no baja de lo que debería ser la temperatura máxima en un país civilizado. Significa que el fresco es un recuerdo, y el alivio, una fantasía. Entonces, agricultores todos, nos miramos perplejos. ¿Cuándo aplicamos el milagroso aceite? ¿A las tres de la madrugada, mientras sudábamos la gota gorda y los mosquitos hacían fiesta a nuestro alrededor? ¿O quizás esperábamos ese “momento adecuado” que, según los partes meteorológicos, llegaría en octubre… justo cuando la fruta ya estaría en las cajas, o más bien, en el suelo?
Así que, valientes o inocentes —aún no lo tengo claro—, aplicamos. Con la fe del que no tiene otra opción. Y el aceite, fiel a las leyes de la física y la fitotoxicidad, decidió que nuestra fruta era un lienzo perfecto para su arte abstracto. Ahora, además de mandarinas arañadas por los ácaros, tenemos mandarinas con un atractivo look vintage de conselleria que, les aseguro, no está de moda en los mercados. Es el toque “conselleria-chic”. Muy exclusivo, sí, pero en el sentido de que solo nosotros, los valientes seguidores de sus recomendaciones, podemos presumir de él. Los compradores, por cierto, no compran exclusividad. Compran fruta. Y la nuestra, ahora, parece más una instalación artística que un alimento.
Y ahora, cuando las pérdidas superan el 50% en algunos casos —un número que duele más escribirlo que vivirlo—, ustedes nos preguntan con cara de circunstancias: “¿Han seguido las recomendaciones?”. ¡Por supuesto que sí! Seguimos las recomendaciones al pie de la letra… de un manual que parece escrito para el clima de Noruega, o quizás para un invernadero de laboratorio donde nunca brilla el sol ni sudan los agricultores. La pregunta del millón, la que resuena en cada almacén vacío y en cada campo silencioso, es: ¿Se harán responsables de sus brillantes consejos? O, en el lenguaje burocrático que tanto les gusta: ¿Van a activar el protocolo de “uy, lo sentimos, pero miren este gráfico en la página 3 del PowerPoint que demuestra que, técnicamente, no hicimos nada mal”? ¿O acaso nos mostrarán una hoja de ruta llena de flechas y cuadros de texto que, al final, solo conducen a otra reunión?
O vamos más allá, con preguntas que quizás nunca se hagan en sus salas acristaladas:
¿Van a ayudar de verdad a los agricultores, o solo a los porcentajes de sus informes de gestión?
¿Van a rodar cabezas—aunque sea simbólicamente— de esos funcionarios que recomendaron el aceite parafínico como si fuera agua bendita, sin tener en cuenta que aquí, en el sur de Europa, el verano quema más que sus buenas intenciones?
¿Y sobre todo, van a poner los huevos sobre la mesa —esos huevos que valen un dineral en el supermercado y de los que a alguien le faltan— para exigir en Bruselas, en Madrid, o donde haga falta, las herramientas fitosanitarias que nos faltan? ¿O seguiremos siendo el patio trasero de Europa, donde se aplican normativas pensadas para climas que no son los nuestros, con resultados que todos vemos menos quienes las firman?
Mientras, en las calles de Castellón se oye el sonido de la fruta cayendo al destrío se ha convertido en la banda sonora de nuestra desesperación. Es un sonido sordo, constante, como un latido enfermo. Es el “éxito” palpable de una política que prefiere el informe a la solución, la reunión a la acción, y el aceite parafínico en plena ola de calor a un plan fitosanitario serio, coherente y, sobre todo, realista. Ustedes nos han enseñado que se puede gestionar una crisis sin mover un dedo: basta con enviar un correo, convocar una comisión y esperar a que pase el tiempo. O a que pase la cosecha, que viene a ser lo mismo.
Así que, gracias, Conselleria. Gracias por la lección magistral de cómo no hacer las cosas. Gracias por recordarnos que, en el mundo de la administración, la responsabilidad es un concepto abstracto, como el clima adecuado para aplicar aceite parafínico en agosto. Y ahora, mientras nosotros miramos los campos medio perdidos —medio, porque todavía queda algo que salvar, o tal vez solo algo que lamentar—, ustedes probablemente preparan otra presentación. Con gráficos nuevos, colores más vivos y, quizás, hasta una animación en 3D. Les sugiero un título, ya que insisten en preguntarnos: “Cómo culpar al clima sin sonrojarse, y otros cuentos para dormir a los agricultores”.
Nos vemos en la próxima reunión. O no. Total, ¿para qué? Si al final, lo único que cambia entre una reunión y otra es la fecha en el calendario. Lo demás —el abandono, la desesperanza, el ruido de la fruta cayendo— sigue igual. Aunque quién sabe, tal vez en la próxima alguien decida, por fin, que los huevos no son solo para freír, sino también para jugársela.
Firma: Un agricultor con más sentido del humor (y de la realidad) del que debería.
*PD: Si algún día deciden visitar el campo, les recomiendo traer un paraguas. No por la lluvia, que no cae, sino para protegerse de las miradas de quienes todavía esperan, contra toda lógica, que las cosas cambien. Y tal vez, unos huevos. Por si acaso.*
















