Manifestantes acusan a RTVE de “blanquear crímenes de guerra” con fondos públicos al retransmitir Eurovisión; la protesta pacífica en Madrid reabre el eterno debate sobre si es posible ser neutral cuando hay bombas cayendo.
El mundo parece tener una memoria muy selectiva. Un festival de música que presume de unir culturas, levantar puentes y ondear la bandera del amor sin fronteras se convierte, año tras año, en un escenario donde lo político —aunque lo nieguen— es el telón de fondo que todo lo impregna. Este año, Eurovisión no ha sido la excepción.
Mientras millones de europeos afinaban las gargantas para corear estribillos imposibles en idiomas que apenas entienden, a escasos kilómetros de la Puerta del Sol, un grupo de manifestantes decidía recordar que, para algunos, el espectáculo nunca puede estar por encima de la conciencia. ¿Y el lugar elegido? La sede de RTVE, el ente público que, según denuncian, “usa nuestros impuestos para blanquear un genocidio”.
Sí, has leído bien. Esto no va solo de música.
Una protesta entre humo, pancartas y palabras
La escena se desarrolló con puntualidad casi británica: a las 15:00 horas de un sábado cualquiera, un grupo de activistas —miembros del colectivo Acampada por Palestina de Madrid— se reunió frente a la sede de RTVE para lanzar un mensaje tan claro como incómodo: “El genocidio no se tapa con luces LED y baladas pop.”
La protesta, que según testigos fue pacífica y simbólica, incluyó el encendido de cuatro botes de humo (sí, al estilo videoclip de Billie Eilish) y la lectura de un comunicado que puso los puntos sobre las íes: RTVE, como ente público, tiene la responsabilidad de no legitimar con su cobertura a un Estado señalado por crímenes contra la humanidad.
Una de las frases más repetidas por los manifestantes fue:
“Blanquear mediante la música el genocidio israelí en Palestina es inmoral.”
¿Censura en RTVE? El fantasma que nunca se va
Pero más allá del mensaje general, la protesta también tenía nombres propios. En concreto, Tony Aguilar y Julia Varela, los dos comentaristas de TVE que durante la semifinal de Eurovisión no se mordieron la lengua. Mientras presentaban a la artista israelí Yuval Raphael, hicieron referencia directa a las más de 50.000 muertes en Gaza.
Y como era de esperar, a alguien no le gustó.
La Unión Europea de Radiodifusión (UER), organizadora del festival, ha advertido formalmente a RTVE de que repetir ese tipo de comentarios durante la final supondría una “multa punitiva”. Un castigo económico, claro, porque cuando se trata de neutralidad política, el euro siempre manda.
Ahora bien, ¿es censura señalar cifras que están en todos los medios internacionales? ¿O es simplemente una forma de mantener la “neutralidad” de un festival que, a estas alturas, tiene de neutral lo que un mitin electoral?
La música como arma, y la lucha por quién sostiene el micrófono
Desde hace años, Israel participa en Eurovisión. Para algunos, es una muestra de inclusión. Para otros, como los activistas reunidos este sábado, es una estrategia de “pinkwashing” y “artwashing”: usar la cultura y los derechos LGTBI como barniz para mejorar una imagen internacional profundamente dañada por décadas de ocupación y violencia en Palestina.
En su comunicado, los manifestantes fueron más allá:
“No solo RTVE está implicada. Eurovisión tiene patrocinadores israelíes como Moroccanoil, y empresas de ese país financian festivales en España como el Viña Rock, Sónar o el Arenal Sound.”
Es decir, según esta lógica, la música no es inocente. Y en un mundo globalizado, quien paga la música, también escoge el baile.
RTVE en la encrucijada: ¿ser servicio público o seguir el guion del entretenimiento?
Lo que queda claro es que RTVE está entre la espada de la UER y la pared de la opinión pública. Por un lado, la normativa de Eurovisión es clara: nada de política, nada de cifras, nada de opiniones. Un festival de canciones, no de ideologías. Por otro lado, una parte de la ciudadanía —especialmente la más joven y concienciada— exige que RTVE no sea cómplice silencioso de ningún régimen, se llame como se llame.
La emisora pública ya ha sido objeto de otras polémicas similares, pero pocas tan directas y mediáticas como esta. Y todo esto ocurre mientras los presentadores se preparan para narrar la final de Eurovisión, probablemente con más guión que espontaneidad, por miedo a que cualquier frase fuera de tono acabe con una sanción millonaria o un despido fulminante.
¿Y si Valencia dijera algo?
Aunque la protesta tuvo lugar en Madrid, el debate no entiende de códigos postales. Valencia, como muchas otras ciudades, ha acogido en los últimos meses numerosas movilizaciones en solidaridad con Palestina, incluyendo encierros en universidades, boicots simbólicos y concentraciones frente a instituciones públicas.
Si algo demuestra este caso es que el conflicto israelí-palestino no está tan lejos como algunos creen. Se cuela por las ondas, se mete en nuestros televisores, en los festivales de verano, y ahora, también en los platós de RTVE. Y en este contexto, Valencia tiene voz. ¿Por qué no exigir también aquí un posicionamiento claro del ente público valenciano sobre su papel en la retransmisión de eventos financiados por empresas vinculadas a gobiernos señalados por crímenes de guerra?
Conclusión: ¿se puede bailar sobre ruinas?
Mientras el escenario de Eurovisión se llena de luces y efectos, en las calles hay gente recordando que la música no siempre es un refugio. A veces, también es un campo de batalla. Y RTVE, nos guste o no, está en medio de ese fuego cruzado.
¿Debería RTVE anteponer la ética a la estética, o resignarse a ser solo un altavoz de lo “apolítico”?