El sonido de las sirenas rompió el silencio de la madrugada. El incendio en un garaje de Alcorcón no solo acabó con la vida de dos bomberos, sino que encendió una polémica que venía gestándose desde hace tiempo: ¿estamos preparados para convivir con los coches eléctricos?
La tragedia no fue una simple noticia. Fue un grito. Un grito desde el humo, el calor insoportable y la desesperación. Una voz que llevaban tiempo intentando que se escuchara, pero que nadie parecía querer oír. Entre ellos, Ángel Gaitán, un profesional que lleva tiempo advirtiendo de los peligros que suponen las baterías de litio cuando arden en espacios cerrados.
Las circunstancias del suceso fueron especialmente trágicas. La caída de una puerta, el fallo de las cámaras térmicas por exceso de calor, la oscuridad total, la falta de visibilidad y la propagación del fuego crearon una ratonera mortal. Los bomberos, que entraron guiados por la manguera en condiciones extremas, acabaron atrapados cuando todo falló. Murieron haciendo lo que mejor saben: proteger.


La discusión sobre la seguridad de los vehículos eléctricos se ha reabierto con fuerza. No porque el coche en sí sea el villano, sino porque el sistema no está preparado. No hay protocolos claros, ni herramientas suficientes. Las mantas ignífugas diseñadas para contener este tipo de fuegos son escasas. Solo un parque de bomberos en toda la Comunidad de Madrid disponía de una. Y no, no apagan el fuego. Solo lo contienen. A veces durante días.
Más allá del debate técnico, esta tragedia ha dejado al descubierto una verdad incómoda: estamos avanzando hacia un modelo de movilidad sin haber reforzado las estructuras que lo sostienen. Se promueve la compra de coches eléctricos, pero no se dota a los profesionales de las herramientas necesarias para actuar ante sus riesgos. Se aplaude lo sostenible, pero se olvida lo esencial: la seguridad.
La indignación también alcanza a la gestión institucional. Años de recortes y externalizaciones han dejado a los bomberos con medios justos, trajes limitados y camiones alquilados con neumáticos desgastados. Y mientras se les exige heroísmo, no se les equipa con lo básico.
Esta tragedia no solo ha dolido, ha despertado una conciencia. Las familias de los fallecidos merecen justicia, y los profesionales, respeto. Pero sobre todo, merecen un compromiso real para que esto no vuelva a repetirse.
Porque si algo ha dejado claro este incendio es que no podemos seguir mirando a otro lado. El progreso no puede cobrarse vidas. Y mucho menos las de aquellos que están dispuestos a perderla por salvar la nuestra.