Más de 500 estudiantes de los municipios dañados por la riada de octubre afrontan la prueba de acceso a la universidad en una convocatoria especial en julio, sintiendo que la prórroga no compensa el caos vivido durante el curso.
Una generación marcada por el desastre
Mientras miles de jóvenes en Valencia encaran estos días la temida PAU, un grupo de estudiantes vive esta etapa decisiva en una realidad paralela, marcada por la incertidumbre y la frustración. Son los cerca de 500 alumnos y alumnas que, tras ver sus institutos devastados por la DANA del 29 de octubre, han tenido que rehacer su curso a contrarreloj y que ahora se preparan para una convocatoria extraordinaria que muchos consideran insuficiente.
La Conselleria de Educación habilitó una opción alternativa para quienes se vieron directamente afectados por las inundaciones. Así, los días 1, 2 y 3 de julio celebrarán una PAU específica. Sin embargo, lejos de sentirse respaldados, muchos de estos jóvenes aseguran presentarse “en inferioridad de condiciones”.
Un curso lleno de obstáculos
Para Alba Sánchez, estudiante del IES Berenguer Dalmau de Catarroja, la tragedia del otoño pasado cambió por completo su trayectoria. “El 29 de octubre salí del instituto sin saber que no iba a volver más”, cuenta, con la serenidad de quien ya ha llorado todo lo que podía. “No pensaba en la PAU. Pensaba en si mi casa se iba a inundar, en qué había pasado con mis compañeros.”
Las clases se suspendieron de golpe. Después vino la educación online —“improvisada, caótica, solitaria”— y más tarde, una reubicación provisional en turnos de tarde. Finalmente, terminaron el curso en otro centro, con apenas tiempo para adaptarse.
Lucía Albert, también del Berenguer Dalmau, vive ahora frente a los barracones que sustituirán su antiguo instituto. “Cada mañana, cuando abro la ventana, me encuentro con el recordatorio de todo lo que hemos perdido”, afirma. La concentración, la motivación, la rutina… todo saltó por los aires.
Una prórroga que no repara lo perdido
Tanto Lucía como Alba valoran el esfuerzo institucional por ofrecerles una oportunidad diferente, pero coinciden en que un mes más no compensa un curso desarticulado. “Necesitábamos tiempo, sí, pero también necesitábamos estabilidad, profesores que conocieran nuestra situación, apoyo emocional”, explica Lucía.
Los ensayos de exámenes —tan comunes en las semanas previas a la PAU— no se han podido realizar. Muchos estudiantes no han tenido siquiera continuidad en sus asignaturas. “Nos sentimos en desventaja con el resto del alumnado. Ellos han tenido clase normal. Nosotros llevamos meses arrastrando el cansancio emocional de una catástrofe”, concluye Alba.
Madres y padres: “Han sido un ejemplo de resiliencia”
Claire Dugény, madre de una alumna afectada, es clara: “Han pasado por algo muy fuerte. No solo han perdido clases, han vivido miedo, ansiedad, y aun así han seguido adelante. Han sido un ejemplo de superación.”
Para muchas familias, este proceso ha puesto a prueba tanto su resistencia como su confianza en el sistema educativo. “Lo único que queremos es que puedan acceder a los estudios que sueñan. Se lo merecen más que nadie”, añade Claire con emoción.
Una reflexión necesaria sobre la equidad educativa
Esta situación ha abierto un debate sobre cómo debe actuar la administración cuando fenómenos como la DANA afectan de forma desigual al alumnado. ¿Es suficiente una convocatoria alternativa? ¿Cómo se garantiza que esos estudiantes compitan en igualdad de condiciones con quienes han tenido un curso normal?
Las voces del alumnado ponen en evidencia que, más allá de las soluciones técnicas, existe un vacío en el acompañamiento emocional y en la comprensión profunda de lo vivido. Muchos jóvenes siguen arrastrando secuelas del desastre: insomnio, ansiedad, desmotivación. ¿Cómo afecta todo eso a su rendimiento académico?
El futuro, en manos del esfuerzo y la esperanza
A pesar de todo, hay una palabra que se repite entre el alumnado afectado: esperanza. Aun con dificultades, se están preparando. Muchos confían en sus capacidades y en que las universidades, los correctores y el sistema sepan valorar lo extraordinario de su situación.
“Quizá no saque la nota que quería, pero llegaré donde quiero. Solo necesito que nos escuchen, que entiendan lo que hemos pasado”, dice Lucía con una sonrisa tímida.
Alba, por su parte, concluye con una reflexión que resume el sentir de muchos: “No pedimos trato de favor, solo condiciones justas. Porque esta PAU no es solo un examen, es la prueba de que hemos resistido.”