¡Paren las rotativas, apaguen el fuego de la ley de amnistía y que alguien le lleve un tila a Ferraz! Felipe González, ese señor que fue presidente cuando aún había pesetas y los teléfonos tenían rueda, ha lanzado su órdago definitivo: si se aprueba la ley de amnistía, él no vota al PSOE. Ni a nadie que haya aprobado esa «barrabasada», como él mismo la ha bautizado con la elegancia de quien ya no tiene que pedir el carné en la puerta del partido.
Sí, lo ha dicho alto y claro en una entrevista en la radio: que si esto se consolida, con él que no cuenten. Ni el PSOE ni ningún partido amnistiador. ¿Motivo? Que esto no es una amnistía, es una genuflexión institucional, una rendición del Estado con lágrimas incluidas y flores para los insurrectos. Y claro, Felipe no está para rosas ni revoluciones de terciopelo.
La “barrabasada” según Felipe: edición coleccionista
Para Felipe González, la ley no es solo un error político: es casi un pecado capital, una especie de «yo confieso» del Estado que, en vez de aplicar justicia, decide pedir perdón. Que ya no es perdonar a los que se saltaron la ley, sino directamente pedirles disculpas, casi con croquetas de por medio. “Perdón por molestarte con el Código Penal, no volverá a pasar.”
Lo ha dicho en Onda Cero, con la tranquilidad de quien ya no tiene que aguantar a ningún comité federal: “Es el Estado el que se somete.” Y lo dice sin despeinarse, que eso también tiene mérito.
“No votaré al PSOE”… pero tampoco al PP, no vayamos a pasarnos
Ahora, que nadie se emocione en Génova 13, porque González también ha dejado claro que al PP ni agua. Dice que no ve en ellos un proyecto de país. Y que entre Feijóo, Mazón y Abascal están más para montar un “Got Talent” político que para gobernar algo más serio que una falla. O sea, que si alguien pensaba en ver a Felipe con una papeleta azul, que se lo quite de la cabeza. El voto, como su nostalgia por el bipartidismo, está en paradero desconocido.
Azucarillos, frases que derriten partidos y Sánchez en modo “spoiler”
Felipe, además, ha tenido un momento poético. Según él, todo el trabajo socialista de décadas se ha deshecho “como un azucarillo”. Vamos, que el PSOE es ahora un café sin azúcar, con Pedro Sánchez echándole frases como “de la necesidad, virtud”, mientras le da un sorbo a la legitimidad institucional.
Y para colmo, se indigna (con razón o sin ella, ya es según colores) porque el presidente del Gobierno, en su estilo habitual de “spoiler político”, ya da por hecho que el Tribunal Constitucional aprobará la ley. ¿Falta de respeto? Para Felipe, absoluta. Para otros, solo martes.
Autoamnistía: el nuevo deporte olímpico
Y la guinda del pastel: que quienes se beneficiarán de la ley son los mismos que la han redactado. Que esto es como jugar al parchís y comerse las fichas propias con impunidad. Que no es una amnistía, sino una “autoamnistía”. Como una autobiografía, pero con menos culpa y más indultos. Vamos, que si esto sigue así, cualquier día escribimos nuestras propias multas de tráfico… y las perdonamos de paso.
¿Y ahora qué?
Felipe no votará al PSOE. Tampoco al PP. Ni a sus primos, ni a sus amigos. Está solo en la urna, como un cowboy del bipartidismo que se perdió en una fiesta de TikTokers con escaños. ¿Se quedará en casa el día de las elecciones? ¿Votará nulo con un “esto es una vergüenza” garabateado en el sobre? ¿Llamará a Alfonso Guerra para montar una escisión exprés?
Reflexión final que no busca clicks (pero igual los consigue):
¿Es Felipe González la conciencia dormida del socialismo o simplemente el último romántico de una democracia que ya no cabe en sus zapatos de ante?