Porque no hay nada como pagar 200 euros para salir del restaurante con ganas de hacerte un bocadillo. Los clásicos como la paella y la tortilla siguen reinando, mientras la alta cocina nos deja el estómago vacío y la cartera temblando.
Alta cocina, baja saciedad
Que levante la mano quien no haya experimentado esto: te sientas en un restaurante de alta cocina, te traen un plato que parece una obra de arte moderno, le haces la foto para Instagram (porque si no lo documentas, ¿qué sentido tiene?), lo comes en un microsegundo y, al cabo de diez minutos, te preguntas si tienes algo en la nevera para cuando llegues a casa. Y no, no es que seas un bárbaro que no aprecia el arte culinario, es que tu estómago tiene prioridades muy claras.
La alta cocina está muy bien para contarle a tus amigos lo “experiencial” que fue el menú, pero cuando hablamos de comida real, de esa que te llena el alma y el estómago, no hay espuma de foie que pueda competir con una buena tortilla de patatas o una paella bien cargadita. Al final, por mucho nitrógeno líquido que te pongan, terminas soñando con un buen plato de croquetas.
La esferificación del hambre: ¿Dónde quedó la comida de verdad?
Mira, entiendo que un chef quiera ser creativo. Está bien. Pero cuando me sirven una “esferificación de almeja con aire de cilantro” y esa bola minúscula desaparece en mi boca como si fuera un mal truco de magia, me planteo si la cocina molecular no es más bien cocina “mequedoensarasa”. ¿De verdad vamos a llamar a eso comida?
Mientras tanto, la cocina tradicional sigue a lo suyo, imperturbable, alimentando cuerpos y almas con recetas que funcionan desde hace siglos. La paella, con su arroz bien cocido y su socarrat, no necesita envolverse en nitrógeno ni pasar por una centrifugadora para ser deliciosa. Ahí está, sencilla y directa. Te sientas a la mesa y te llenas. ¿Quién necesita comer aire de cilantro cuando tienes ese tesoro dorado frente a ti?
Tortilla de patatas: La revolución silenciosa (y llena de huevos)
Luego está la tortilla de patatas, ese plato básico que, por más que los chefs de alta cocina intenten elevarlo, siempre vuelve a sus raíces. Y mira que lo han intentado. Tortillas de patatas deconstruidas, tortillitas en miniatura, espuma de tortilla… Todo muy bonito, muy moderno, pero ¿quién en su sano juicio dice que no a una buena tortilla jugosa, con sus patatas bien fritas y, si eres de los míos, con cebolla?
A ver si lo entendemos: la tortilla no necesita evolucionar, porque ya es perfecta tal como es. No le hace falta un “toque” de caviar ni presentarse en un plato tan grande que parece que te han servido una gota de huevo en medio de un océano vacío. El único reto aquí es decidir si la prefieres con cebolla o sin cebolla (un debate mucho más importante que el de la alta cocina, por cierto).
Croquetas: El auténtico lujo español
Si hablamos de croquetas, entramos en terreno sagrado. Las croquetas son el plato perfecto: crujientes por fuera, cremosas por dentro, y siempre listas para salvarte el día. Puedes experimentar todo lo que quieras con la alta cocina, pero nadie rechaza una croqueta de jamón bien hecha. Nadie. ¿Qué prefieres, una croqueta honesta o una “creación molecular” con nombre impronunciable que te deja buscando comida en la despensa nada más llegar a casa?
Y es que las croquetas son tan buenas que no necesitan maquillaje. No hay esferificación ni reducción balsámica que mejore lo que ya es pura perfección. Puedes intentar hacer croquetas de cualquier cosa, pero al final, lo que de verdad queremos es esa masa frita que nos reconcilia con el mundo en cada bocado.
El gazpacho: No lo deconstruyas, que ya es perfecto
Ah, el gazpacho. Ese elixir andaluz que te refresca hasta el alma en los calurosos días de verano. Y claro, viene el chef moderno y decide que necesita un “toque especial”. Te sirve una versión deconstruida, con las verduras cortadas de forma casi microscópica y un chorro de aceite que parece una obra de arte abstracto. Todo muy visual, sí, pero lo que quiero es un buen gazpacho frío, y a ser posible, un vaso bien grande. Porque, spoiler alert, el gazpacho es para beber, no para darle vueltas en la boca buscando el sentido de la vida.
Mientras tanto, en las casas de toda España, el gazpacho sigue siendo lo que siempre fue: sencillo, refrescante y, lo más importante, abundante. A nadie le importa si está “deconstruido” o servido en una probeta. Solo queremos que esté bien frío y que dure hasta la siesta.
Jamón ibérico: El auténtico oro español
¿Y qué decir del jamón ibérico? Es un plato que no necesita presentación ni reinterpretación. Lo cortas, lo comes y la vida es mejor automáticamente. Puedes intentar ponerle un “aire” de bellota o acompañarlo con un sorbete de no sé qué, pero el jamón no necesita adornos. Es perfecto tal como es.
De hecho, la única evolución que ha vivido el jamón en los últimos años es que ahora lo venden cortado en paquetes, lo cual no es ni malo ni bueno, solo práctico. Pero que quede claro: si alguien intenta reinventar el jamón, por favor, deténganlo. Porque si hay algo que no se toca, es la pata del cerdo. Ni espumas ni nitrógeno ni ninguna de esas tonterías. Aquí se come jamón, punto.
Conclusión: La alta cocina, ideal para Instagram, insuficiente para la vida real
La alta cocina tiene su lugar, claro que sí. Es perfecta para impresionar en una cita, para darte el gustazo de decir que estuviste en tal restaurante con nombre impronunciable, y para salir con hambre y hacer cola en la hamburguesería de la esquina. Pero cuando hablamos de comida real, de esa que te llena el estómago y el corazón, los clásicos siempre ganan. Paella, tortilla de patatas, croquetas, gazpacho y jamón ibérico. No hay más.
Así que, querido lector, la próxima vez que te inviten a disfrutar de un menú “multisensorial” y experimental, recuerda que nada supera el sabor de lo auténtico. Y tú, ¿eres de los que prefieren comer una obra de arte en el plato o de los que salen a buscar un bocadillo después de pagar un menú degustación? ¡Cuéntanos tus experiencias culinarias y únete al club de los que prefieren la comida de verdad!