La más bella música para difuntos: el “Réquiem” de Mozart en el Palau de la Música
Este fin de semana hemos podido disfrutar por partida doble (viernes y sábado) de un magnífico concierto en el Palau de la Música a cargo de la Orquesta de Valencia, conducida por su director titular, Alexander Liebreich y arropada por el prestigioso Coro de la Radio Bávara.
El programa elegido, dedicado a la música funeraria, no puede ser más oportuno en estas fechas, dada la cercanía de la celebración de la festividad de Todos los Santos: el “Réquiem” de Wolfang Amadeus Mozart y la “Música Fúnebre” de Witold Lutoslawski.

Sobran las presentaciones sobre el genio austriaco, que en su lecho de muerte nos entregó su célebre, póstuma e inconclusa “Misa de Réquiem en re menor, K. 626”, una transcripción musical de la misa de difuntos de la liturgia católica. Una obra que trasciende lo musical para erigirse en un misterio histórico no del todo resuelto a día de hoy.
Su génesis se convierte en leyenda desde el mismo momento en que un extraño personaje, que no llegó a revelar su identidad, se presentó en casa de Mozart para encargarle una obra musical para un funeral. El músico, que ya se encontraba gravemente enfermo, aceptó el encargo, pero lo aplazó porque estaba trabajando febrilmente para finalizar sus óperas “La flauta mágica” y “La clemencia de Tito”.
Aun así, se obsesionó con terminar el réquiem, intuyendo que aquello era una señal del más allá y que en realidad estaba escribiendo la música para su propio funeral. Mozart falleció en 1791 a los 35 años habiendo compuesto solamente los primeros movimientos y dejando esbozados los siguientes. Su discípulo, Franz Xaver Süssmay, fue el encargado de completar el réquiem y de añadir los movimientos finales.

La estructura del Réquiem (palabra en latín que significa “descanso” y proviene del primer verso de la misa: “Requiem æternam dona eis, Domine”) difiere de la misa tradicional por la ausencia de las partes celebrativas de la misma como el Credo, el Gloria o el Aleluya. Mozart se centra así en las otras partes esenciales de la misa (Introitus, Kyrie, Sequentia, Offertorium, Sanctus, Benedictus, Agnus Dei y Communio) para construir su testamento musical.
Muchos son los autores, aparte de Mozart, que han creado réquiems musicales, aportando su estilo característico en cada uno de ellos. Podríamos destacar, a modo de ejemplo, el primigenio réquiem de Ockeghem (el más antiguo que se conserva), el elegíaco de Fauré, el militar de Britten, el operístico (valga la redundancia) de Verdi, el de Ligeti (utilizado por Kubrick como música incidental en “2001, una odisea del espacio”), el romántico de Berlioz o el ´superventas´ de Lloyd Webber.
Todos ellos sobresalientes, pero que palidecen ante ese aura mágica que envuelve a la pieza de Mozart y que ha vuelto a brillar gracias a la interpretación de la Orquesta de Valencia, el coro de Baviera y el cuarteto de voces solistas invitado: Magdalena Lucjan (soprano), Stefanie Iranyi (mezzosoprano), Benjamin Bruns (tenor) y Franz-Josef Selig (bajo).
Destacó el coro en el diálogo del Kyrie, en el fatalista Dies Irae y en el bello lamento del Lacrimosa. Por su parte, los solistas pudieron mostrar sus habilidades vocales en un bien conjuntado Recordare y un entonado Domine Jesu. Todo ello apoyado por la formación orquestal que tuvo como protagonistas al trombón (cuyo solista fue felicitado por el director al finalizar el concierto) y ese timbal, como único instrumento de percusión de la obra, que parece presagiar incesante el momento inevitable de la muerte.

En contraposición a la efusión coral de Mozart, Lutoslawski (uno de los más representativos compositores polacos del S.XX, junto a Gorecki y Penderecki) propone una “Música Fúnebre” para orquesta de cuerdas con un lenguaje contemporáneo próximo al dodecafonismo, sin serlo exactamente. Lutoslawski escribió esta pieza en 1958 como efemérides de la muerte del eminente compositor húngaro Bela Bartok, desarrollando en un solo movimiento cuatro secciones diferenciadas pero enlazadas entre sí: prólogo, metamorfosis, apogeo y epílogo.
La sección de cuerda de la Orquesta de Valencia se mostró solvente durante la interpretación de la Música Fúnebre, equilibrando tanto el canon del prólogo como el inverso del epílogo, consiguiendo, además, en este último movimiento transitar airosamente desde el fortissimo de las primeras notas hasta el sombrío solo de violonchelo con el que se cierra la obra.
Dos obras muy diferentes entre sí, pero que comparten ese poder de la música para evocar el recuerdo de aquellos seres queridos cuya ausencia conmemoramos estos días.
Roberto Tortosa
El autor de esta crítica sobre el concierto del “Réquiem” de Mozart ha pertenecido, como articulista, al equipo de redacción en publicaciones especializadas en música cinematográfica como Música de Cine o Rosebud Banda Sonora.
Ha colaborado también como crítico de cine en el diario Valencia Hui y ha escrito sobre música y bandas sonoras en la revista FTV; y sobre patrimonio histórico y cultural en la revista R&R, Rehabilitación y Restauración. También ha publicado microrrelatos en antologías colectivas.
Es autor, además, de los libros «La Valencia Insólita», «La Valencia Insólita 2» y «Conjuntos históricos de la Comunidad Valenciana».
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