Más de 15.000 merengues artesanales volaron anoche por el aire en el barrio del Raval
Llíria — El barrio del Raval vivió anoche su jornada más dulce del año. La Merenguina de Llíria, una tradición que combina historia, humor y toneladas de azúcar, cumplió su edición número 31 con una participación masiva y un ambiente cargado de fiesta.
En esta ocasión, fueron más de 15.000 merengues artesanales los que se lanzaron entre vecinos y visitantes, transformando las calles del barrio en un auténtico campo de batalla blanca, donde el único objetivo es divertirse y salir empapado de crema.
Una guerra azucarada que une generaciones
La Merenguina no es solo una fiesta gastronómica, sino también una expresión de la identidad festiva de Llíria. “Es impresionante; la gente se vuelve loca con los merengues y lo disfruta muchísimo”, contaba entre risas una vecina, mientras intentaba limpiarse la cara cubierta de nata.
Para los más novatos, los primeros lanzamientos se hacen con cierta cautela, como quien no quiere ensuciar demasiado. Pero pronto la timidez se disuelve y da paso a la diversión desenfrenada:
“Al principio coges los merengues con cuidado, pero luego ya los lanzas sin pensar. ¡No puede quedar ni uno!”, gritaba emocionado un joven participante.
La tradición que no se pierde
La Merenguina es una fiesta que ha pasado de padres a hijos en Llíria. Lo que empezó hace tres décadas como una celebración espontánea en el Raval, hoy se ha convertido en una de las citas imprescindibles del calendario festivo de la localidad edetana.
Los hornos del municipio se encargan de elaborar los merengues de forma artesanal, garantizando que la “munición” sea abundante y, sobre todo, inocua. De esta manera, el juego mantiene su esencia: una batalla sin vencedores ni vencidos, donde todos acaban cubiertos de dulce.
Orgullo para la ciudad
El Ayuntamiento y las asociaciones vecinales destacan cada año la importancia de mantener viva esta tradición. No solo por su carácter lúdico, sino también porque fortalece la unión del vecindario y atrae a numerosos curiosos de fuera de Llíria que no quieren perderse el espectáculo.
Al final de la noche, el Raval se convierte en un mosaico de sonrisas, ropa manchada y recuerdos inolvidables. Y ya, entre risas, muchos piensan en la próxima edición, cuando volverán a empuñar un merengue como si fuera la más dulce de las armas.