Los voluntarios, los grandes olvidados del funeral de Estado por la DANA
Cuando el barro se llenó de manos


Fue la peor tragedia en décadas. Pero también el mayor acto de amor colectivo que recuerda la Comunitat Valenciana. La DANA del 29 de octubre de 2024 dejó 229 víctimas mortales y miles de vidas partidas por la mitad. Y aun así, entre tanto dolor, se levantó algo inmenso: una marea humana que convirtió la devastación en esperanza. Apenas habían pasado unas horas del desastre cuando miles de personas, de todas las edades y rincones del país —y también del extranjero— llegaron a Valencia cargadas con palas, botas y corazones dispuestos. No esperaron órdenes. No preguntaron a quién ayudar. Simplemente fueron. El barro se transformó en camino, las lágrimas en fuerza, y los pueblos inundados empezaron a respirar gracias a ellos.
El puente de la solidaridad
Las imágenes recorrieron el mundo: largas columnas de voluntarios atravesando el antiguo cauce del Turia hacia las zonas afectadas, con cubos, escobas y chalecos fluorescentes. Aquel paso improvisado fue bautizado como el **Puente de la Solidaridad**. Cada día, más de 22.000 voluntarios salían en autobuses desde la Ciutat de les Arts i les Ciències rumbo a los 89 municipios golpeados por la riada. Llegaban a Picanya, Paiporta, Algemesí, Alzira… donde el silencio pesaba más que el barro. Y allí, sin focos ni discursos, limpiaban, cocinaban, escuchaban, abrazaban. “Vinimos para levantar casas, pero acabamos levantando almas”, contaba uno de ellos entonces.
La red invisible
La primera semana, la solidaridad fue pura improvisación. Las redes sociales se convirtieron en centros de coordinación espontánea, los vecinos se organizaban por WhatsApp, y la ayuda llegaba antes que las autoridades. Con el paso de los días, la Generalitat y la Plataforma del Voluntariado consiguieron articular un sistema: transporte, reparto de materiales, turnos, zonas seguras. El milagro ya estaba en marcha. Cruz Roja, Alacant Gastronòmica Solidària, Gastrónoma, Xefs Solidaris y la fundación World Central Kitchen de José Andrés sirvieron más de **un millón de raciones de comida caliente**. Se movieron **25.000 toneladas de ayuda**, desde agua y alimentos hasta productos de limpieza. Y detrás de cada caja había un rostro anónimo, una sonrisa bajo el sudor, una historia que nunca salió en televisión.
Los olvidados del funeral
Un año después, mientras los nombres de las víctimas resuenan en el **Funeral de Estado**, miles de voluntarios observan desde el silencio. No están en las listas de reconocimientos. No se mencionan sus nombres. Pero fueron ellos quienes dieron consuelo cuando no quedaba esperanza. Personas que limpiaron sin descanso, que escucharon a los que lo habían perdido todo, que durmieron en furgonetas y comedores escolares. Personas que, sin uniforme ni cargo, hicieron lo que debía hacerse. “Nosotros también lloramos. También vimos cuerpos. También nos rompimos por dentro”, dice Ana, una voluntaria de Riba-roja. “Pero volveríamos a hacerlo. Porque fue entonces cuando descubrimos lo que de verdad somos los valencianos: gente que no se rinde.”
La memoria que sostiene
Hoy, un año después, las calles de los pueblos recuperan su color. Pero la huella de aquellos días sigue ahí, como cicatriz y como promesa. En el barro seco quedaron escritas las palabras más puras: ayuda, unión, humanidad. Y aunque sus nombres no estén grabados en piedra ni pronunciados en los discursos, los voluntarios fueron —y seguirán siendo— la otra mitad del milagro. La mitad que sostuvo, que curó, que creyó. Porque cuando todo se hundió, **fueron ellos quienes mantuvieron a Valencia en pie**.
















