Subtítulo: Aunque los residentes han retomado sus hábitos de consumo tras la devastadora DANA de octubre, los comercios de las áreas más afectadas siguen sin percibir esa recuperación en sus cajas. Una paradoja que refleja los desequilibrios de la reconstrucción económica.
Cuando la tragedia se va… pero las secuelas se quedan
Han pasado ya más de siete meses desde que la DANA del 29 de octubre de 2024 convirtió la Vega Baja —y otras zonas del sur de la Comunitat Valenciana— en una especie de Atlántida improvisada. El agua lo arrasó todo: calles, viviendas, cultivos, negocios, ilusiones. Y aunque ahora el barro ya no se ve, la huella sigue ahí, en las fachadas agrietadas, en los locales que aún no han reabierto y, sobre todo, en las cajas registradoras que siguen sin sonar.
En lo que algunos han llamado una “recuperación a dos velocidades”, la vida de los vecinos ha retomado cierta normalidad. Se compra, se consume, se sale. Pero, curiosamente, eso no está teniendo el impacto esperado en el comercio local. ¿Cómo es posible?
Vecinos que compran… pero no donde solían
Una de las paradojas más llamativas en esta fase post-DANA es que, aunque la demanda de bienes y servicios ha vuelto, esa energía económica no está quedándose en el barrio. El dinero se va. A veces literalmente. Los consumidores de la zona cero están haciendo sus compras en otras localidades, centros comerciales o incluso online, dejando a los negocios de proximidad mirando escaparates vacíos.
No es por falta de voluntad, dicen algunos vecinos. Es por costumbre adquirida durante los meses de emergencia, cuando la prioridad era encontrar cualquier sitio abierto, aunque estuviera a 30 kilómetros. Y como suele pasar, lo excepcional se convirtió en hábito.
Comercios que reabren… y se encuentran con el silencio
Los comerciantes que han logrado reabrir después del desastre hablan de una “segunda catástrofe”: la invisibilidad. Muchos invirtieron lo poco que les quedaba en rehabilitar sus locales, reponer stock y lanzar promociones con la esperanza de que la clientela volvería. Pero lo que se encontraron fue otra realidad: clientes dispersos, ventas testimoniales y gastos que siguen aumentando.
La sensación general es desoladora. «Nos levantamos del barro, pero no levantamos cabeza», resume con amargura un comerciante de Almoradí. «Los vecinos están, pero no entran».
Y cuando se les pregunta por ayudas, la respuesta suele ir acompañada de un suspiro. Porque sí, algunas han llegado, pero con cuentagotas. Y otras, directamente, se han perdido entre formularios, trámites y promesas administrativas.
¿Es culpa del comercio local? Algunos se lo preguntan
Otra lectura incómoda, pero necesaria: ¿y si parte del problema también está en la oferta local? Algunos consumidores señalan que los comercios reabiertos aún no han recuperado del todo su surtido, que los horarios siguen siendo erráticos o que los precios, en algunos casos, se han disparado.
Es la pescadilla que se muerde la cola: los comercios no pueden mejorar porque no tienen ingresos, y no tienen ingresos porque no mejoran. Y así, entre la desconfianza y el desencanto, se mantiene una brecha que parece cada vez más difícil de cerrar.
Las ayudas: muchas palabras, pocos ingresos
El discurso político tras la DANA fue unánime: “no os vamos a dejar solos”. Pero, como suele pasar, las buenas intenciones se estrellan contra el muro de la burocracia. Las ayudas para negocios afectados se han entregado tarde, mal y en muchos casos, nunca. Otros comerciantes ni siquiera han intentado solicitarlas, cansados de papeleo y trámites sin final.
Y mientras tanto, el tiempo pasa. La recuperación económica no espera a los plazos administrativos. Las facturas vencen, los proveedores aprietan y el alquiler no entiende de catástrofes naturales.
¿Dónde está el consumo que falta?
Si la gente está comprando, pero los comercios locales no lo notan, la pregunta es obvia: ¿dónde está ese consumo? La respuesta no es única. Algunos vecinos han trasladado sus hábitos de compra a grandes superficies, sobre todo aquellas que, paradójicamente, fueron más rápidas en restablecer sus servicios tras la DANA. Otros se han volcado en plataformas digitales, donde la comodidad y los descuentos son una tentación difícil de resistir. Y otros, directamente, se han ido.
Sí, porque la catástrofe también ha dejado un goteo de población que ha abandonado la zona, de forma temporal o definitiva. Y eso también se nota.
El reto: no reconstruir solo estructuras, sino confianza
Los expertos (y los comerciantes) coinciden en que no basta con reabrir una tienda. Hace falta recuperar algo más abstracto pero vital: la confianza. Esa sensación de pertenencia, de comunidad, de «comprar en el barrio porque es lo que toca». Y eso no se consigue con descuentos o campañas institucionales esporádicas. Hace falta un plan sostenido, coordinado, con apoyo real y tangible.
Porque la reconstrucción no termina cuando se seca el suelo. En muchos casos, ahí empieza lo más difícil: volver a generar vida económica.
¿Y Valencia? Pues haciendo lo que puede… o lo que le dejan
Desde la Generalitat se han lanzado mensajes de apoyo, se han habilitado algunas ayudas y se ha insistido en reclamar al Gobierno central más fondos para la reconstrucción. Pero en la práctica, el comercio local sigue sintiéndose huérfano. Las medidas llegan tarde, no son suficientes o no se adaptan a la realidad del día a día.
Carlos Mazón ha prometido una “reconstrucción justa”, pero la gente del barrio empieza a cansarse de los adjetivos. Lo que piden es algo más simple: que entren clientes por la puerta.